Hoy, 27 de abril de 2016, se cumple un año desde que fumé mi último cigarrillo. Hace exactamente 366 días me encontraba en Panamá. Recién volvía de pasar el fin de semana de mi cumpleaños en Bogotá y, con mucho temor, dudas y ansiedad; saqué el último Marlboro Rojo de la caja que había comprado dos días antes en la capital colombiana.
Después de encenderlo, lo disfruté como ningún otro pues ya sabía que ese sería el último. Estaba decidido desde el momento que compré esa cajetilla, como propósito de una nueva etapa en mi vida.
Durante más de 20 años consumí al menos una cajetilla diaria. Son demasiados cigarrillos para ponerme a sacar la cuenta. Sería como ponerme a contar las veces que he respirado; es decir, una suma que ya no viene al caso. La verdad es que fumaba porque me gustaba y me proporcionaba una sensación de placer difícil de imaginar para quien nunca ha sufrido una adicción.
Jamás me planteé seriamente abandonar el cigarrillo, pero cuando llegó el momento de hacerlo estuve motivado por muchos factores; como la dificultad para respirar en algunas ocasiones (también tenía exceso de peso) y una pequeña pero consistente, insistente y a veces insoportable presión de mi esposa y de mi mamá (a quienes ahora agradezco por eso).
Hace mucho tiempo logré contar 10 días sin fumar con el método Laudin, pero no pude aguantar más de ese tiempo, porque además de estarme volviendo loco, aumenté 7 kilos de tanto comer para tratar de matar la ansiedad. Un par de años después hice mi segundo intento y, luego 15 días haciéndolo solo con «fuerza de voluntad», terminé envuelto en una espiral de odio, estrés, resentimiento y sobrepeso que me hicieron volver a fumar; porque simplemente “el vicio” (como le decía en ese entonces) parecía más fuerte que yo.
Al tercer intento, por sugerencia (insistencia, y a pescozones si me hubiese tenido cerca) de mi mamá; accedí a buscar el apoyo de un especialista porque parecía evidente que sin ayuda no iba a poder; que no tenía las herramientas para lograrlo porque abandonar el cigarrillo no se trata de «dejarlo y ya», como piensan muchas personas que quizás han fumado en algún momento de sus vidas, pero que jamás desarrollaron una adicción.
Estando en Panamá agendé una cita con un psiquiatra panameño experto en adicciones. Debo confesar que fui a su consulta con algo de escepticismo. Durante la primera cita le hablé sobre mi situación y los anteriores e infructuosos intentos por dejar el cigarrillo. Él me explicó que las adicciones tienen un componente genético y me reveló algunos detalles que fueron claves para que, al día de hoy, más de un año después; haya logrado permanecer sin fumar todo este tiempo.
Resulta que, según me indicó el doctor, la tendencia a desarrollar adicciones se transmite genéticamente; sin que sea necesariamente de la misma adicción. Así, tus padres o abuelos pueden ser adictos a una cosa y tú a otra. Por ejemplo, a la comida, a la bebida, al juego, al sexo, a la adrenalina, a la nicotina, a otras drogas y pare usted de contar.
Una de las cosas que me dijo y más recuerdo es que, aunque tenga un año sin fumar, siempre me va a gustar hacerlo, siempre estará latente la posibilidad de recaer y siempre seré fumador (aunque no fume). Realmente tenía razón porque, para ser honesto, doce meses después aún me provoca, a veces lo extraño y, sí, definitivamente me sigue gustando; pero estar consciente de esa realidad también me da herramientas para no recaer.
Otra cosa que me ayudó fue el uso de un medicamento llamado Champix, que considero fue clave en este proceso. Claro, con la supervisión del doctor y periódicas pruebas de sangre y otros exámenes médicos, porque el Champix es muy agresivo con el cuerpo.
Pero lo más importante, lo realmente determinante para haber tenido el éxito en una tarea tan compleja como la de abandonar el cigarrillo, fue que decidí hacerlo. Sentía que quería hacerlo y había tomado la decisión de lograrlo. Al tomar esa decisión entendí que sin ayuda no podría, que necesitaba las herramientas y los conocimientos de otras personas que me acompañaran en este proceso. Es por eso que la clave del éxito no se trata únicamente de querer algo, sino de rodearte de la gente adecuada para lograrlo.
También agradezco el apoyo de mi mamá y especialmente el de mi esposa; que fueron determinantes. María José siempre estuvo allí para darme ánimos, fuerzas y calarse mis ataques de mal humor, de estrés, de ansiedad e incluso de llanto cuando las ganas de fumar llegaban a los picos más altos o cuando me volvía como loco comiendo para combatir unas ganas que nunca se quitaban; ella, especialmente ella, fue una pieza de incalculable valor en esta lucha que ya llevo un año ganando.
Quisiera también dar un consejo de corazón a los No Fumadores: A menos que se trate de una persona muy cercana a ti, por favor, no le digas a alguien que fuma que «deje ese vicio». Al hacerlo, corres el riesgo de ganarte una mala respuesta o un posible enemigo, por varias razones. Fumar no es un «vicio», es una ADICCIÓN y, por lo tanto, es una enfermedad. El vicio es algo malo, la enfermedad es algo que requiere un tratamiento y una cura. Decirle a un fumador que «deje ese vicio», es como decirle a alguien con gripe que «deje esa tos», así que no lo hagas, por favor.
A quienes fuman no voy a decirles que lo dejen, porque cada quien tiene que decidir si desea o no hacerlo. Lo que sí les puedo decir es que en el momento que decidan dejarlo, si ven que no pueden, no teman buscar ayuda profesional. Yo siempre fui el primero en subestimar ese tipo de ayudas y lo veía como algo irrelevante; pero al final fue la única forma en que pude lograrlo.
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Enrique Vásquez
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