En días pasados estaba caminando por la Vía Argentina de Ciudad de Panamá y me detuve a descansar un rato en el parque Andrés Bello, ubicado a un lado de esa concurrida avenida. Mientras revisaba un par de mensajes en el teléfono y tomaba algunas fotografías, fui testigo de ocasión de ciertos hechos que me llevaron a pensar, una vez más, en lo difícil que es para algunos venezolanos adaptarse a una nueva vida en otro país, en este caso los venezolanos en Panamá.
Entretenido contemplando el entorno y viendo a las personas que corrían, hacían ejercicios o sacaban a pasear a sus mascotas; no pude evitar fijar la mirada en una señora de piel blanca, vestida muy elegante, de unos 58 a 60 años de edad; que llevaba con su correa a un perrito muy bonito, me parece que de raza schnauzer, que en plena acera se detiene, flexiona sus patas traseras, aguanta la respiración, tensa los músculos del abdomen y expulsa de su cuerpo esa “gracia” que es el resultado del proceso digestivo.
Eso no me pareció atípico ya que, quienes viven en apartamento y tienen mascotas, las bajan para que hagan sus necesidades. Lo que me hizo seguir con atención los hechos que narraré a continuación fue que después que el adorable perrito hizo lo suyo, la señora (que cinco minutos antes me había parecido educada y distinguida) siguió caminando como si nada dejando el “regalito” en el piso, en vez de hacer lo que se hace en las sociedades civilizadas. Es decir, recoger los desechos de su mascota y botarlos de manera adecuada.
Resultó que yo no era el único que estaba al tanto de la situación ya que, cuando nuestra “encopetada” y su schnauzer comenzaban a alejarse de la “escena del crimen”, otra dama de más o menos la misma edad se acercó a ella y le dijo con un claro y perfectamente audible acento panameño (y con bastante respeto diría yo, incluso ante lo desagradable del caso): “Señora, recuerde por favor que debe recoger los desechos de su perro”.
Ahora, ¿qué creen que sucedió?… La dueña del perrito le respondió en un perfecto, claro, audible y comprensible acento venezolano (me pareció que era caraqueño o del centro del país), además con un tono bastante altanero y airado para mi gusto: “¿Y tú crees que yo estoy aquí para recoger mierda e` perro chica?, no me jodas”.
La panameña, sin perder la compostura, se paró firme frente a ella y ripostó: “Señora según las leyes de este país, usted está en la obligación de recoger adecuadamente las necesidades de su perro. Si yo llamo a un policía y le digo que usted dejó eso allí, le aplicarán una multa”.
A todas estas la encopetada tomaba la advertencia como si le estuviesen contando un chiste y, como si fuera Izarra carcajeando por la inseguridad en Venezuela, comenzó a reírse en tono de burla y desprecio por lo que le acababan de decir. “Jajajajaja, anda, llámalo, jajajaja, llama al policía pues, jajajaja, quiero ver a un policía multándome por no recoger la mierda de un perro, pendeja”. Cargó al animalito y se fue.
Después de semejante espectáculo, la señora panameña pidió ayuda a una pareja de jóvenes que paseaba a un labrador y, bolsita desechable en mano, se devolvió para recoger los desechos del schnauzer y colocarlos en la cesta de basura. Yo todavía estaba en una especie de shock, entre impotente y avergonzado ante aquel empeño de dejar mal parado nuestro gentilicio, nuestro acento y nuestro país.
Es muy cierto que lo que les he relatado no necesariamente es la manera de actuar de la mayoría de los que vienen a Panamá procedentes de Venezuela. De hecho, desde que llegué me he reencontrado y conocido a muchos coterráneos que son personas admirables, no solo en sus áreas de desempeño profesional, sino como ciudadanos y seres humanos; pero estoy seguro que, a partir de ese día, el concepto que esa señora panameña puede tener sobre los venezolanos es muy diferente.
Al final, lo importante es seguir las leyes y sentirnos bien con nosotros mismos, porque muchas veces pasa que pagamos justos por pecadores y ya llega un momento en el que no importa que tan bien nos portemos, porque igual nos van a tratar mal, nos van a prejuzgar negativamente y nos van a acusar de ser los culpables de todo lo malo que suceda.
Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.
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Enrique Vásquez
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