Seguimos todos los pasos. Hicimos todo bien. Antes de emigrar, planificamos, tuvimos paciencia, investigamos todo lo que pudimos y nos fuimos a un sitio en el que podíamos estar legales. Al llegar sacamos nuestros papeles, buscamos integrarnos, adaptarnos, hicimos las cosas con mucho amor, respeto y agradecimiento por la tierra que nos acogió; pero llegaron las dificultades.
Con todo el optimismo posible, invertimos el 200% de nuestras capacidades para solucionar los problemas y seguir adelante. Sin embargo, las cosas siguen sin ser lo que esperábamos… ¿qué hacer?
Cuando atravesamos por momentos como éste, en los que parece que el mundo se nos cae encima, lo primero que viene a la mente son unas ganas incontrolables de regresar a tu país y refugiarte en esa “zona de confort” de la que, paradójicamente, saliste hace poco porque era “insoportable seguir viviendo así”.
Obviamente, la decisión a tomar dependerá de la realidad de cada quién. Siempre se tiene la opción de seguir intentándolo en este lugar donde la experiencia migratoria resultó poco más que decepcionante. No obstante, por experiencia propia puedo decir que, en algunos casos, y por más que hagas tu mayor esfuerzo; la realidad del entorno es capaz de conducirte a replantear ese escenario y decidir irte de allí.
De hecho, si fue justamente una realidad en la que no nos sentíamos felices y tranquilos la que nos hizo tomar la decisión de irnos de nuestro país, ¿por qué no podría irme también de otro país donde no hemos conseguido la felicidad y tranquilidad que estamos buscando?
Entiendo que es muy duro pensar en la posibilidad de regresarte, ya que muchas personas podrían verlo como un fracaso y pensarán que vuelves “con las tablas en la cabeza”, como se dice popularmente en Venezuela cuando alguien emprende algo y no obtiene los resultados deseados.
Sin embargo, si el ambiente de ese sitio al que emigraste resulta ser más tóxico y dañino que el de tu propio país o simplemente descubriste que no eres compatible con la idiosincrasia, cultura, costumbres, forma de ver el mundo (e incluso el clima), es totalmente natural pensar en la posibilidad de regresarte o, mejor aún, de reemigrar.
La posibilidad de seguir adelante en el sitio que estás, de regresarte a tu país o de irte a otro sitio, es algo que deberá evaluar cada familia dependiendo de su realidad personal y, especialmente, económica. Pero antes de tomar cualquier decisión te invito a pensar las consecuencias que tendrá cualquiera de las opciones. Para ello, lo mejor es aplicar uno de los métodos más antiguos pero que mejor funcionan en este tipo de casos: Elabora una tabla comparativa con los factores a favor y en contra de las tres opciones, donde podrás evaluarlas en frío. Si tienes una pizarra grande hazla allí para que, de un solo vistazo, tengas una idea general de los escenarios y de lo que debes hacer.
Al igual que lo hiciste cuando te planteaste emigrar, este tipo de decisiones es mejor tomarlas con la cabeza fría, apartando las emociones y enfocándose en las realidades. Personalmente sólo recomiendo volver a tu país (especialmente si ese país es Venezuela) por poco tiempo (no más de un año) a reacomodar fuerzas, recapitalizarte de ser necesario, elegir tu nuevo destino, rehacer las maletas e irte de ahí nuevamente lo más pronto posible.
Aunque lo mejor es que el salto sea directo, sin volver a tu país. De esa forma evitarás la tentación de caer en tu zona de confort y quedarte allí paralizado por el miedo de volver a emigrar, sintiendo que podrías fracasar de nuevo. Ahora bien, una vez más hablaré desde mi experiencia personal: la segunda emigración es mucho menos traumática que la primera e imagino que, si toca hacerlo una tercera vez, será aún mejor que las dos anteriores.
Si tomaste la decisión de irte del lugar al que emigraste, hazlo sin complejos, sentimientos de culpa y, sobre todo, sin sensación de fracaso. Primero, porque esas emociones son bastante inútiles en estas circunstancias y no te ayudarán en nada. Luego porque, al final del camino, la emigración es una experiencia que te enseña muchísimo y te hace ver la vida (y entender el mundo) desde una perspectiva más evolucionada y compleja que alguien renuente a salir de su propia zona de confort para lanzarse a lo desconocido.
El dinero y tiempo que gastaste en este primer proceso migratorio es mejor considerarlo una inversión en crecimiento personal, porque la persona que se va de allí no es ni de lejos la misma que llegó. Jamás creas que te vas “con las tablas en la cabeza”. Todo lo contrario. Te vas de ese sitio en busca de algo aún mejor, porque ese lugar todavía no está a tu nivel.
No dejes de perseguir lo que realmente quieres para tu futuro y el de tu familia. Al igual que en algún momento pasaste de una bicicleta pequeña a una mediana, y luego a una más grande; así son tus procesos migratorios. Sigue subiendo los escalones de la escalera de tu vida en la búsqueda de eso que sientes que realmente te corresponde y está en sintonía con tus expectativas de vida.
Enrique Vásquez
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