Desde que tengo uso de razón he sido un adicto a los refrescos. Incluso antes. De hecho, mi mamá tiene una foto mía, de esas de cuando uno está chiquitico, casi recién aprendiendo a caminar; en la que aparezco desnudo de la barriga hacia abajo (como todos las tenemos), pero en mi caso estoy con una lata de Coca Cola en las manos.
Dudo que tuviese más de uno o dos años en esa imagen que, obviamente, no pienso colocar aquí ya que (gracias a Dios) no pertenezco a esa generación de hijos de “padres digitales” que aman publicar las fotos de sus hijos en Facebook y avergonzarlos ante el mundo por el resto de su vida. Valga el inciso, es en serio, ¿qué irán a sentir los niños de hoy día cuando sean adolescentes y uno de sus compañeros del colegio publique en el grupo del salón una foto suya de bebé desnudo con la mamá al lado haciendo muecas que solamente a ella le causan gracia? ¡Pobres! Jejejeje.
Volviendo al tema al que me refiero en el título de este post, les cuento: En Panamá el mercado de sodas (la palabra que se utiliza aquí para referirse a lo que allá se conoce como “refrescos”) es extremadamente variado; mientras que en Venezuela históricamente hemos tenido una gama algo limitada de sabores: el de cola negra (Coca Cola o Pepsi), el de limón (7Up y Chinotto), manzanita, colita, uva, piña y naranja; a los que debemos agregar las versiones de “dieta” de Coca Cola, Pepsi, 7Up y Chinotto, que se pueden conseguir en lata, botella plástica de 600ml y también de 1,5 litros y dos litros.
Eso en Panamá es bastante distinto. Es tanta la variedad que prácticamente es imposible conocer de memoria los sabores que se pueden conseguir, para muestra, vean las fotos que acompañan este artículo.
Lo que sí debo destacar es que me ha sido imposible, hasta ahora, conseguir Pepsi Light de dos litros. Sólo la hay en lata y eso, confieso, ha sido duro ya que yo solía tomarme mi “Cuba Libre” justamente con esta marca y, seamos objetivos, la soda de lata es (comparativamente) más cara en cualquier país del mundo.
Fíjense, una Pepsi de lata (354 ml) cuesta aproximadamente un (01) dólar, mientras que la de dos litros vale el doble; por lo que me ha tocado tomarme los rones con Coca Cola Light, que no es lo mismo pero también vale la pena. Y antes que salgan los típicos criticones a decirme que el ron se toma con limón, en la rocas, “pico e’ botella” o que debe ser con Coca Cola normal, les digo: A mí me gusta así ¿y? Jajajajaja.
Un día, y tomando en cuenta que por el fuerte calor tomar vino tinto no es siempre recomendable; decidí retomar la vieja costumbre familiar de degustar la mezcla de esa elegante bebida junto a una soda de limón (7Up, Sprite o Chinotto, en su versión sin azúcar obviamente) para obtener un refrescante “Tinto Verano Light” y, pues, en los primeros dos supermercados a los que fui (Rey y Machetazo) no encontré el refresco que necesitaba hasta que, en el Súper 99, tuve la suerte de hallar (un poco más caro, eso sí), el 7Up Diet de 2L, hecho en los Estados Unidos.
Si ustedes son como yo, fanáticos de las bebidas gaseosas (sí, esas mismas que los doctores dicen que son malas, que producen diabetes, sarna, tumban el pelo, dan mal olor en los pies, hacen que las uñas se pongan blanditas y la barba salga verde fosforescente), les digo que aquí en Panamá tendrán cientos de sabores para elegir, pero si están buscando específicamente la versión “light” para evitar el exceso de azúcar, pues, ténganlo en cuenta ya que aún no son tan comunes como en Venezuela, aunque estoy seguro que eso cambiará en poco tiempo. Porque estoy seguro que pronto tendremos muchos refrescos light en Panamá.
Recuerden que al irte de su país a una sociedad nueva, por más que se parezca, nunca será igual a lo que dejas atrás y eso también sucede con los productos que hay en el supermercado. Muchas veces las marcas son las mismas pero el sabor es distinto y cuando estás acostumbrado a una marca local de tu país, y emigras, te toca buscar un sustituto; algo que (viéndolo desde el punto de vista positivo) te da la oportunidad, incluso, de conseguir algo mejor que lo que consumías en casa (me sucedió con el arroz y ahora me gusta más el de Panamá que el venezolano).
Además de eso, es importantísimo, y en cada uno de mis artículos lo recuerdo, adaptarse a la cultura local, a las costumbres locales (sin olvidar tus raíces, obviamente), y a la manera de funcionar de la sociedad que te está recibiendo y dando una oportunidad. Lo peor que puedes hacer es mantenerte atado a un cordón umbilical con tu país (pasa hasta con los productos que compras, es en serio) porque eso sólo hará que merme tu entusiasmo por comenzar una “vida nueva”.
Un último consejo: Nunca olvides las razones que te llevaron a emigrar. Mejor aún si puedes anotarlas, para que de esa manera recuerdes siempre por qué te fuiste y tengas la humildad de entender que otras cosas también pueden ser buenas y, a donde sea que te hayas ido, lo hiciste porque representa la oportunidad de estar mejor que en la tierra que dejaste atrás.
Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.
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Enrique Vásquez
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