Debo confesar que desde noviembre de 2014, cuando compramos carro, no había vuelto a utilizar transporte público en Panamá. Digamos que, aunque me gasto unos cien dólares mensuales en gasolina, la comodidad de ir en tu propio medio de transporte no tiene precio. Y bueno, esta semana utilicé el Metrobus Panamá….
La semana pasada, en aras de hacer un poco más de ejercicio físico (en lo personal me fastidia demasiado salir a «caminar por caminar»); mi esposa y yo tomamos la decisión de hacer ciertas diligencias «a pie». Por ejemplo, queríamos ir al cine y en vez de elegir Multiplaza o Multicentro, decidimos aventurarnos hasta Albrook pero en transporte público. Es decir, Metro y/o Metrobus.
Así fue como caminamos hasta la parada y luego hicimos lo propio desde la estación de metro en Albrook hasta el cine. Quizás no sean 5K ni nada parecido, pero al menos hicimos un poco más de ejercicio del que hubiéramos hecho trasladándonos en carro.
En este post no voy a hablar del Metro de Panamá, porque la verdad es que, de acuerdo a lo que vi, se mantiene como el primer día. Se conserva limpio, con mucha seguridad, su aire acondicionado funcionando al 100% (al menos en las estaciones en las que estuve), todas las escaleras mecánicas encendidas e, incluso, ahora tienen algo que creo no había al principio: máquinas expendedoras de tarjetas en todas las estaciones.
Pero, en lo que respecta al Metrobus (que si no me equivoco aún sigue estando en manos de la colombiana Mi Bus), no entiendo qué sucedió allí. La última vez que los usé, las unidades estaban en perfecto estado de mantenimiento, limpias, con todo funcionando; pero ahora, pocos meses después, lo que uno se encuentra es totalmente diferente.
Es que, de hecho, no lo había reflexionado pero ahora, luego de volver a usar el servicio, me doy cuenta de que los conductores de estas unidades son cada vez más agresivos. Antes daban paso, respetaban los semáforos y los límites de velocidad; pero actualmente da la impresión de que hay fallas en la capacitación, que otrora sí recibían, quienes tienen la responsabilidad de conducir una mole de metal con decenas de vidas a bordo.
Volviendo al Metrobus en el que me monté, estaba muy sucio. Sinceramente parecía que nadie le había pasado una escoba en semanas, que desde hace meses no recibía un poquito de mantenimiento, que lo abandonaron a su suerte para que siga rodando y montando gente, hasta que muera de agotamiento.
El aire acondicionado estaba funcionando y enfriando bastante bien; a pesar de que algunas rejillas brillaban por su ausencia. También debo reconocer que el sistema de anuncio de paradas se mantiene muy eficiente.
Sin embargo, no puedo saber si fue buena o mala suerte habernos montado en un bus en el que viajaba poca gente, porque esa ausencia de pasajeros me permitió fijarme en muchos detalles que de otra forma hubiese sido más difícil observar.
Lo peor de todo es el estado de suciedad en que se encontraba el bus. En el espacio para sillas de ruedas, justo debajo de donde se encuentra el otrora cinturón de seguridad (ahora convertido en una tira negra mal amarrada), había una bandeja con restos de comida, de lo que parecía haber sido pollo guisado, arroz y unos frijoles; dejada ahí por sabrá Dios cuándo.
Como pueden ver en la foto, ya la descomposición del arroz había dado lugar a ese líquido asqueroso que se le pone por encima a los restos de comida; que parece una baba con moho peludo por encima y que para aparecer necesita unos cuántos días a la intemperie. De hecho, ahora que veo de nuevo la foto, no puedo estar seguro si eso que se ve ahí son granos de arroz o gusanos.
Además de eso, también es posible observar como el piso está sucio, manchado, lleno de basura, con potes de jugo, latas de refresco, papeles, y hasta la concha de una fruta (roja como con hebras) que venden aquí en Panamá cuyo nombre debo confesar no conozco. Eso sin contar con la tierra acumulada a lo largo de la unidad, que evidencia que hace mucho no recibe un cariñito, ni una limpieza.
Mención aparte merece el descuido y la falta de mantenimiento en retocar la pintura de los tubos que, como se puede observar, hace mucho que el amarillo lo abandonó y ahora se muestra desnudo, con su tradicional y conocido color óxido metálico semi brilloso pulido de tantas manos que lo han agarrado.
Confío en que exista la voluntad de que estas fallas de mantenimiento sean corregidas muy pronto pues, un servicio de transporte público eficiente y confortable, redunda en beneficios para toda la sociedad. Mientras más personas prefieran desplazarse a través de estos medios, podrán ahorrar más dinero, disminuir los tranques y reducir las emisiones de gases perjudiciales para el ambiente.
Por otra parte, los pequeños negocios fuera de los grandes centros comerciales (atractivos para los conductores por la posibilidad de estacionarse cómodamente) se ven favorecidos por el incremento de peatones y; aunque podría suponerse que los turistas solo usan taxis o transporte ejecutivo, es una tendencia cada vez más generalizada en todo el mundo que los visitantes de otras latitudes también utilicen estos medios para desplazarse dentro de las ciudades a las que van de compras o paseo.
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Enrique Vásquez
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