Si has leído antes este blog, quizás te parezca extraño que no esté hablando de Panamá, sino que, en esta ocasión, esté haciéndolo de otro país latinoamericano. Chile en particular. Escribo sobre este país del sur de América porque lo visité junto a mi esposa en marzo de 2016, y debo confesar que en ese momento me gustó muchísimo. La verdad es que son muchas las razones por las que me pareció un pedacito de Europa enclavado en Sudamérica. Sin embargo, es cierto que ese Chile de 2016, ya no existe y ya no es una gran opción para emigrar como lo era en ese momento.
Siempre he creído que, al igual que las personas; los pueblos que deben luchar contra las inclemencias de la naturaleza suelen ser más organizados y, en consecuencia, más desarrollados.
Podríamos decir que Chile es uno de los campeones en ese aspecto porque, ¡venga!, ser el país con más terremotos del mundo no debe ser fácil. Es necesario estar preparado, y muy bien, para poder hacer frente al rey de los desastres.
El terremoto es el único que llega sin avisar y tiene la capacidad de sacudir todo, con tanta fuerza, que podría acabar en cuestión de minutos con una ciudad que no haya tomado las medidas de prevención necesarias.
No voy a hablar sobre la historia de Chile ni mucho menos sobre el por qué los chilenos son como son, porque la verdad no es la esencia de este artículo. Sólo puedo decir que lo que vi me pareció admirable y me gustó mucho. La verdad es que, cuando emprendimos ese viaje a Santiago de Chile, no tenía ninguna expectativa respecto a lo que me encontraría y quizás fue precisamente por eso que se convirtió en un descubrimiento sorprendente.
Santiago es una metrópoli en todo el sentido de la palabra. La ciudad tiene muchísima gente, un sistema de transporte público de primer mundo, que también colapsa en hora pico; amplias, demarcadas y asfaltadas avenidas y autopistas, conductores que respetan los semáforos y dan paso a los peatones, bares, bares, bares, bares y más bares, uno al lado del otro como en cualquier capital europea.
Una cosa interesante es que en esos bares y restaurantes, muy bohemios y elegantes la mayoría de ellos, hay oportunidades de empleo según me dijeron las personas con las que conversé que trabajan en los mismos.
Por otro lado, el precio de la vivienda es considerablemente más bajo que en Europa, Miami o Panamá, y por lo que vi, la comida también se puede conseguir a muy buen precio. Por supuesto el vino es de altísima calidad y a precios súper económicos. Por ejemplo, tres botellas de vino Gran Reserva por 15 dólares en el supermercado. Una ganga.
En el aspecto migratorio, tengo entendido que es mucho más sencillo y económico que otros países de la región. Eso sí, necesitas legalizar tus documentos por la embajada chilena en tu país ya que, al menos hasta el 30 de agosto de 2016, Chile no pertenecerá al convenio de La Haya y, por lo tanto, la apostilla no tiene validez.
También me comentaron que en Chile es factible obtener primero tu permiso de trabajo mientras esperas la visa de residente temporal y no necesitas abogado para hacerlo. El trámite es bastante sencillo y, al parecer, a los pocos días de haber llegado, puedes comenzar a trabajar legalmente.
Otra cosa que me gustó de Chile es que las 12 o 15 personas con las que conversé sobre su experiencia teniendo como compañero de trabajo a un venezolano, me dieron opiniones positivas de mis compatriotas; lo cual me llenó de orgullo y me hizo reafirmar algo que me di cuenta hace un tiempo ya, y es que los venezolanos no somos tan malos como nos quieren hacer creer o como nos pintan.
Sinceramente, si estás pensando en emigrar desde Venezuela, echa un ojito hacia el sur, porque, por lo visto en Santiago hay muchas oportunidades de empleo y de crecimiento personal y profesional.
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Pero por favor no olvides que el mejor país del mundo para emigrar es aquel en el que te sientes a gusto y con el que, además de poder emigrar legal, tienes más «feeling». Averigua, investiga, edúcate muy bien antes de dar el paso y, si no es lo que esperabas, no te preocupes. Siempre es posible tomar un avión e ir a otro sitio a probar suerte.
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Enrique Vásquez
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