Existe una «Venezuela de antes» que muchos dicen extrañar. Quienes la evocan y celebran incondicionalmente hablan de ella de tal forma que cualquier persona de otro país podría pensar que se trataba de un lugar idílico en el que no había pobreza, inseguridad, corrupción, desigualdades, desidia o malos ciudadanos.
Sin embargo, quienes hablan de la «Venezuela de antes» como una versión mejorada del Paraíso, donde sus habitantes eran una especie de seres celestiales, puros de alma y corazón (incapaces de hacer daño a los demás); olvidan que esa misma Venezuela fue el caldo de cultivo para la llegada de Chávez al poder y que lo que queda de ella es, precisamente, lo que ha permitido que la llamada «revolución bolivariana» continúe en Miraflores tras 18 años de destrucción sistemática del país.
Para pensar en ello objetivamente basta desprenderse de los sentimientos por un momento y poner el foco en la historia. La nacionalización del petróleo se concretó el 1 de enero de 1976. A partir de ese momento, la cantidad de dinero que entró al país fue tan impresionante, que los venezolanos comenzamos a pensar (y a creer) que teníamos un «país rico». El gasto público se elevó a niveles inauditos y los ciudadanos simpatizaban con la idea de que todo el mundo tenía derecho a su «gota de petróleo» (sin tener que trabajar), pues se comenzaron a implementar políticas socialistas en todo su esplendor. Vean:
Los gobiernos de Carlos Andrés Pérez I, Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi fueron total y completamente socialistas. Entre todos ellos capitalizaron supuestos logros que no son más que íconos perfectos de lo que es una izquierda retrógrada y dañina: nacionalizaciones, controles de precios, controles de cambio y corrupción. En consecuencia, la pobreza se disparó y el descontento general de la población se hacía cada vez más tangible.
Recordemos, el 18 de febrero de 1983, cuando el bolívar sufrió una abrupta devaluación frente al dólar. El entonces presidente Luis Herrera Campins autorizó un control de cambio, debido a graves distorsiones de la economía heredadas del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, causadas por la corrupción desmedida que acompañó las nacionalizaciones del hierro y el petróleo; y de todas las políticas socialistas de «el gocho», como regalos, condonaciones de deudas, gasto público desmesurado y aumento indiscriminado del tamaño del Estado.
Ese día, llamado «viernes negro«, comenzó la crisis económica que lleva ya casi 35 años golpeando el bolsillo de los venezolanos. Esta situación llevó a más controles de precios y de cambio, más corrupción (más descarada), más desigualdades, más frustración… E hizo que la gente volviera a votar por Carlos Andrés Pérez en 1988, esperando volver a la Venezuela saudita de los 70’s, sin saber que en la mente del expresidente estaba intentar revertir todo el daño que hizo en su primer gobierno.
En esta oportunidad Carlos Andrés orientó su gestión hacia un sistema económico de centro derecha. Sin embargo, años de populismo habían dejado su huella en la sociedad venezolana y el mandatario se topó con que la mayoría de los habitantes del país no querían eso, no les interesaba tener que esforzarse ni pagar por las cosas… el interés de la mayoría era continuar siendo mantenidos por «Papá Estado» y por la renta petrolera, como venía ocurriendo desde hacía varios lustros.
Así fue como, cuando CAP II quiso liberalizar la economía a través de privatizaciones, reducción del tamaño del Estado, apertura petrolera y sinceración de precios de los servicios públicos; sus decisiones no gustaron en el seno de su partido que, según dicen algunos, fue el promotor entre las sombras del llamado «Caracazo» y de los intentos golpes de Estado comandados por Hugo Chávez. El resto es historia. Fue la propia Acción Democrática (su agrupación política) quien lo defenestró pocos meses antes de terminar su período presidencial en una jugada que, vista en retrospectiva, parece advertir la inconveniencia de un giro a la derecha en la conducción política y económica de Venezuela.
El trabajo de satanización de la derecha derivó en el triunfo electoral de Rafael Caldera, quien perdonó a Chávez y al resto de los golpistas. El teniente coronel hablaba en clave de socialismo, aunque sin mencionarlo, y se convirtió en un fenómeno electoral. Con un triunfo avasallante y la aclamación de la inmensa mayoría de quienes formaban parte de la «Venezuela de antes», llegó la Presidencia. Lo que ha ocurrido desde entonces hasta hoy, no necesito comentarlo ahora.
En otras palabras, esa «Venezuela de antes» que tantos añoran como si fuera lo mejor del mundo, es la responsable de la «Venezuela actual». Además, en el hipotético caso de que hubiera sido una maravilla (que no lo fue) …¿Hasta cuándo anclados en el pasado?… ¿Es que no ha llegado el momento de dejar de mirar por el retrovisor y poner la mirada en el camino por delante?… Es que ¿vale la pena enfocarse en lo que supuestamente fuimos y no en lo que somos?
Por ejemplo, yo fui adolescente y no volveré a serlo. No puedo quedarme pegado en «cuando yo era adolescente, me iba de rumba cuatro días y volvía a casa como si nada». Sin dejar de reconocer quién es y de dónde viene, una persona seria acepta lo que es en el momento que necesita tenerlo claro, entiende sus circunstancias actuales y trabaja por su futuro desde la posición en la que está ahora, sin perder el tiempo en recuerdos que no sirvan a sus propósitos de mejora y superación.
Sucede lo mismo, por poner otro ejemplo, con España. Hace 300 años fue el más grande imperio universal. Ya no lo son. Sería absurdo que se quedaran pegados en eso, porque no hay manera (en el contexto geopolítico actual) de que vuelvan a ser exactamente lo mismo que fueron antes y, como cualquier país que se digne de ser coherente con la realidad y sus circunstancias; acepta lo que son y se enfocan en aprovechar sus fortalezas y oportunidades para el futuro.
Venezuela fue un país que recibió a muchos inmigrantes en el pasado. Hasta 1983 Venezuela tuvo una economía «estable» y que, de cara al resto del mundo, crecía año tras año. No es saludable ni normal quedarse anclado en el recuerdo de algo que ya no existe. Actualmente Venezuela está en el Top 10 de peores países del mundo en todos los indicadores internacionales (desde economía hasta salud y seguridad). No hay manera de que Venezuela vuelva a ser la que fue, porque eso significaría que volveríamos a tener una sociedad que eventualmente votaría otra vez por un Chávez… ¿Será, acaso, que la lección no se ha aprendido?
Enrique Vásquez
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