Sí. Hay que aceptarlo. Es cierto que algunos venezolanos que emigran han llegado a otros países ofendiendo, menospreciando y hasta burlándose de la nación que los acoge y de sus nacionales. También es cierto que algunas veces se comportan prepotentes, pretenciosos y déspotas; y hasta caminan flotando como si no tocaran el suelo.
No puedo negar ninguna de esas cosas, porque hacerlo sería negar lo obvio y quedar como mentiroso ante todos mis lectores. Basta leer foros o comentarios en redes sociales, para encontrar evidencias de que algunos venezolanos se han ganado a pulso la mala voluntad de sus anfitriones. Sin embargo, como dicen por allí, generalizar siempre es equivocarse.
Sin ánimos de justificarlos, y a riesgo de equivocarme, tengo la impresión de que cuando actúan de esa forma no lo hacen con malas intenciones, ni tampoco en la búsqueda de hacer daño. La mayoría de las veces son actos inconscientes, como consecuencia del uso imprudente de una gran bocota, que los meten en problemas y nos salpican a todos.
Puedo reconocer, ante quienes nos acusan con el dedo, que algunos venezolanos en el extranjero toman actitudes que no son acordes con el deber ser. Quizás no se preocuparon por entender cómo funciona la sociedad a la que llegaron, qué diferencias existen entre Venezuela y el país al que emigraron; y a veces están tan seguros de que la forma como hacían las cosas en casa es la correcta, que inocentemente creen que así funciona el resto del mundo.
Cuando esas cosas pasan, corremos el riesgo de ganarnos la antipatía de una buena parte de los nacionales de ese país, por culpa de una pequeña minoría que no supo adaptarse y hace tanto ruido que pareciera que todos somos así cuando la realidad es que la mayoría de los venezolanos somos personas agradecidas y respetuosas.
Obviamente los procesos de duelo y adaptación de cada emigrante son distintos y a nadie se le pide que encaje perfectamente en una nueva sociedad de la noche a la mañana; pero sinceramente pienso que la gran mayoría de los venezolanos que nos radicamos en otro país, lo hacemos con la intención de sumar positivamente y eso significa, entre otras cosas, que nos preocupamos por demostrar agradecimiento y respeto.
Siento que los venezolanos estamos cien por ciento agradecidos con el país que nos abrió las puertas y siempre que podemos, públicamente o en la intimidad de nuestros círculos más cercanos, damos las gracias por la oportunidad y la posibilidad de lograr cosas para el bienestar de nuestras familias, que no habríamos podido lograr en casa.
Por eso insto una vez más a mis compatriotas: El agradecimiento se siente, pero también se demuestra. La manera de demostrarlo es respetar las leyes, las costumbres y la cultura de ese lugar en el que nos encontramos.
No digo que perdamos nuestra esencia, ni el orgullo de ser venezolanos, porque yo estoy orgulloso de quien soy, de mi cultura, de mis costumbres y de mis orígenes. Amo y adoro mi país, mi clima, mis playas, el olor de mi tierra cuando llueve y cuando hay sequía. Me fascina el sabor de una cachapa con queso e’ mano, de un vaso de chicha y de un trago de cocuy de penca; pero al momento de emigrar, hay que jugar bajo las reglas del sitio al que llegamos.
Por eso, para ganarnos el aprecio y no la antipatía de las personas del lugar al que arribamos, considero que esa mayoría que sí representa realmente todo lo bueno de nuestra idiosincrasia; debemos ser más enfáticos con la cultura del respeto y adaptación. Enseñar con el ejemplo.
Creo que el respeto se puede demostrar mediante varias cosas sencillas. La primera de ellas es evitar el uso de adjetivos «descalificativos». Este tipo de palabras son tan comunes entre nosotros que las vemos como algo normal en nuestro trato diario, pero la verdad es que caen muy mal en otros sitios.
La segunda es que debemos aprender a actuar como se actúa y se debe actuar en ese lugar. Por ejemplo, pregunta las normas de la comunidad (condominio) donde vives y síguelas al pie de la letra aunque los demás no lo hagan. Así no solo estarás cumpliendo con tu responsabilidad, sino que te adaptarás a las costumbres y cuando te mudes a un sitio donde quizás sean más exigentes con las normas, no tendrás problemas. Otra cosa que puedes hacer para demostrar tu respeto es investigar y comentar las cosas buenas de la sociedad que te recibió y de su gente.
Finalmente, pero no menos importante, comprendamos que no se puede apagar fuego con fuego. Al final, inteligente es aquel que evita la confrontación innecesaria y respeta, aunque lo hayan irrespetado. Si respondo con insultos a una persona que me ha insultado, me convierto exactamente en lo que estoy criticando. Así que una vez más invito a todos mis compatriotas a poner su granito de arena y dar el ejemplo manteniendo la ecuanimidad y la mirada fija en la conquista de los sueños, haciendo bien sin mirar a quien, porque al final, somos nosotros los que tenemos que ganarnos la buena voluntad de quienes nos reciben.
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Enrique Vásquez
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