Emigrar es uno de los procesos más duros a los que se puede enfrentar una persona. Emigrar significa dejar atrás todo lo conocido: familia, amigos, sitios, costumbres, idiomas, clima; para lanzarse al vacío en un salto de fe hacia lo desconocido, con la esperanza de que es para, finalmente, ser feliz.
Al final de un montón de consideraciones y análisis sobre razones, motivaciones y circunstancias, la verdad es que emigrar es consecuencia de la búsqueda de algo mejor para ti o para tu familia. Entonces, si después de hacerlo te sientes peor que antes, quiere decir que no encontraste lo que estabas buscando.
Ser feliz después de emigrar es una aspiración lógica, pero no todos los que se van de su país lo consiguen fácilmente. La «felicidad post emigratoria» no va a suceder por sí sola de la noche a la mañana ni por milagro celestial; porque la felicidad es una suma de varias cosas, a lo largo de varios momentos, tras los cuales puedes mirar atrás, respirar con satisfacción sonreír, sentir la plenitud dentro de tu ser y con ello, tener la certeza: «sí, lo logré, soy feliz».
Para conseguir eso, lo primero es entender el sitio al que llegaste y sentir que estás en algo mejor (que estás evolucionando y no involucionando). Puede pasar, por ejemplo, en el caso de quienes emigramos de Venezuela; que nos deslumbremos por algo tan normal como comida en los supermercados; pero la verdad es que eso se consigue en casi cualquier país del mundo. Entonces, cosas como esas no deben confundirnos ni hacernos creer que hemos llegado a donde deberíamos.
En estos tiempos de crisis creemos que «cualquier sitio es mejor que Venezuela» y la verdad es que no. Por eso, si eliges un sitio en el que no estás a gusto, en el que no te sientes «compatible» con su gente, su idioma, su acento o su forma de ser, y crees que no podrás adaptarte o integrarte; lo mejor es que te vayas tan pronto sea posible. Es que ser feliz en un sitio por el que sientes rechazo, no es posible; es como estar con una persona que te desagrada como huele, jamás podrás sentirte bien a su lado.
El punto es que, para ser feliz, debes sentirte a gusto. Claro, siempre habrá cosas que no sean de tu agrado, es normal porque no existen lugares perfectos, pero en líneas generales debe haber feeling con ese sitio, porque la meta es que debes ir más allá de la adaptación, la meta es integrarse, ser parte de la sociedad, entender cómo funciona, para mi ese es el primer paso, sin eso nunca serás feliz lejos de casa. Por ejemplo, hasta este momento, viviendo en Madrid nos sentimos muy a gusto a pesar de ciertas cositas, como por ejemplo, el frío jejeje.
Las tres cosas principales que truncan la sensación de bienestar cuando emigras son:
1. El miedo al fracaso
2. La nostalgia por lo que dejaste atrás
3. El sentimiento de culpa por “abandonar” a tus familiares y seres queridos
Emigrar y que las cosas no te salgan como esperabas no necesariamente es fracasar, porque desde mi punto de vista, el fracaso ocurre cuando no aprendes nada de las experiencias y el simple hecho de emigrar, o de hacer el intento, ya te enseña mucho. El aprendizaje que logras en ese proceso será determinante para tu futuro y, te aseguro, que la persona que sale del país jamás será la misma, aunque tenga que regresarse porque no pudo lograr los objetivos que se planteó.
Por experiencia puedo decir que cuando re-emigras llegas a ese nuevo país con toda la experiencia acumulada de la emigración anterior y eso te da una perspectiva increíble de cómo hacer las cosas. Recuerda que nadie nació aprendido y emigrar es algo tan difícil y complejo que, acertar a la primera con el sitio, es algo que no todos logran.
En el caso de la nostalgia por lo que dejaste atrás, eso es algo normal en el ser humano. Todos extrañamos cosas del pasado, a veces un aroma o un sonido nos trae a la mente un recuerdo que ni sabíamos que existía y que nos produce esa extraña sensación en el estómago, ese dejo de tristeza acompañada de un suspiro por aquello que tuvimos o vivimos. El mejor antídoto contra esa nostalgia paralizante es aceptar que dejamos atrás nuestra casa, nuestra ciudad e incluso ese delicioso colchón que no daba dolor de espalda en busca de algo mejor, de algo que allá no teníamos y que con el tiempo aquí estaremos mejor, que eso forma parte de un tiempo vivido, de una época y de una fase de nuestra vida.
El pasado no hay que olvidarlo, pero tampoco debemos aferrarnos a él, porque no siempre todo tiempo pasado fue mejor, lo que hay que hacer es mirar al futuro y recordarnos que este sitio al que vinimos nos ofrece oportunidades y calidad de vida que en casa no teníamos y que como sucede en todos los cambios, hubo que sacrificar algunas cosas de forma temporal en pro de conseguir otras mejores.
A la familia nunca se le abandona, mientras la tengas en tu mente y en tu corazón y las ayudes en lo que se pueda entonces no las has dejado solas. Además, actualmente tenemos herramientas para mantenernos en contacto que hace unos años eran imposibles de soñar; cuando mi abuela llegó a Venezuela a mediados de los 50, la única forma de comunicarse con sus familiares en España era por carta y de hecho, esa también era la única vía de mandar dinero, metiendo los billetes en el sobre junto con la misiva. O sea, que las noticias, junto con la remesa tardaban en promedio unos dos meses. Así que, había que esperar al menos cuatro meses para recibir la respuesta de la familia que se encontraba en ultramar.
Si comparamos lo anterior con la situación actual en la que es posible realizar llamadas telefónicas de forma gratuita a través de WhatsApp, pues, podemos decir que no hemos dejado a nadie atrás, porque siempre es posible permanecer en contacto y ayudar en lo que se pueda desde cualquier parte del mundo en cualquier momento. Me atrevo a especular que este es el mejor momento de la historia para sentir a alguien cerca sin importar cuantos kilómetros de distancia hay entre ellos.
Lo mejor que puedes hacer por ti, por tu familia y por el futuro al emigrar es abrazar esta nueva situación, buscar sacarle el mayor provecho, romper las cadenas mentales, acabar con viejos paradigmas y hacer como los niños, poner el cerebro en modo aprendizaje, disfrutar todo, buscarle el lado bueno a las cosas que se hacen en este sitio y aceptar que si están mejor que nosotros es porque algo harán mejor que nosotros, así que, para ser feliz, lo que hay es que integrarse profundamente en la sociedad que te recibió, entenderla, quererla y sentirla como propia, claro, sin perder tu esencia, tu identidad y sin olvidar tus raíces.
Porque ser feliz, es la meta de la emigración y de la vida.
Enrique Vásquez
Recuerda, mi nombre es Enrique Vásquez y soy abogado de extranjería estudiado y colegiado en España, para información migratoria escríbenos a www.yoemigro.com/contactanos.
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