La calidad de vida es algo que no se compra con dinero

Son tantas las veces que hemos escuchado frases como «el dinero no da la felicidad», que solemos pasar por alto su enorme significado, asumiendo que se trata de una crítica más al materialismo. Sin embargo, la contundente realidad detrás de este tipo de mensajes tan comunes en la cultura popular, va mucho más allá.

Ciertamente, el dinero es totalmente necesario en la vida. El dinero te permite pagar cuentas, tener casa, comprar comida, viajar, adquirir ropa, zapatos y otras cosas que consideramos útiles y necesarias para vivir. Sin embargo, hay cosas que no puedes conseguir con dinero, sin importar cuánto tengas en tus cuentas bancarias personales.

Lo primero que el dinero no puede darte es «calidad de vida» o las condiciones en que vive una persona que hacen que su existencia sea placentera y digna de ser vivida. Seamos sinceros, ni las personas más adineradas de Venezuela pueden decir que disfrutan eso en la situación actual, cosa que sí pueden decir la mayoría de los que viven en Madrid, tanto madrileños como inmigrantes en Madrid.

Si eres de los que tiene muchísimo, pero muchísimo, dinero en Venezuela, ¿es calidad de vida tener que andar en una camioneta blindada, con guardaespaldas armados hasta los dientes, viviendo en un bunker, yendo del trabajo a la casa ida y vuelta asustado porque en cualquier momento te pueden secuestrar a ti o a tus hijos, que tampoco tienen la posibilidad de disfrutar como niños yendo al parque o al cine? Desde mi punto de vista eso no es calidad de vida. Es un altísimo nivel de vida, pero «calidad», no.

Porque si al caso vamos, el presidente de Suiza va al trabajo en tren con el resto de la gente.

Constantemente leo, en los grupos de Facebook que administro, a personas diciendo que en Venezuela aún se puede emprender y que es posible ganar mucho dinero; argumento con el que defienden la idea de que no vale la pena emigrar.

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Es entonces cuando me pregunto: ¿De verdad consideras que vale la pena renunciar a caminar por la calle a cualquier hora, con mínimas posibilidades de ser víctima de atraco o asesinato; con tal de tener una camioneta del año?

¿En serio crees que es mejor tener una tarjeta de crédito black con la que puedes comprar cientos de medicinas que no se consiguen; que estar en un lugar donde con un sueldo modesto y un sistema de salud eficiente puedes hacer frente dignamente a tu enfermedad o la de tus padres?

¿Realmente prefieres que tus hijos vivan encerrados en casa, rodeados de videojuegos súper costosos; en vez de que puedan correr bicicleta o simplemente jugar en un parque limpio y seguro con otros niños de su edad?

¿Prefieres una vejez en la que te conviertes en el blanco perfecto de los delincuentes ya que, por tu condición física, eres una «presa fácil»?, ¿o una en la que puedas disfrutar tu jubilación caminando a tu ritmo por las calles sin miedo a empujones o golpes de los que ya no puedes defenderte por tus propias manos?

Sólo tengo cuatro meses viviendo como inmigrante venezolano en Madrid. Sé que aún sólo estoy viendo «la parte buena» y que debajo de esta capa de maravillas hay muchas cosas no tan bonitas que sólo se van descubriendo con el tiempo, y la vida cotidiana más allá del impacto inicial. Lo sé, no porque alguien me lo haya dicho; sino porque eso es así. Nada es perfecto, todo tiene su lado «turbio» y feo. Cuando ese momento llegue, les contaré.

Pero una cosa que sí he podido ver es como aquí la gente vive tranquila con un sueldo que no tiene que ser precisamente excepcional. En líneas generales, la mayoría puede salir al cine, al teatro o de copas los fines de semana; irse de vacaciones en agosto, en diciembre y prácticamente en cada puente que aparece en el calendario y es improbable que alguien les vaya a pegar un tiro para quitarles el teléfono si deciden salir a caminar de noche por un parque.

Lo que quiero decir es que, desde mi perspectiva, la tranquilidad y sensación de seguridad que puedes conseguir aquí en Madrid o en muchos otros sitios fuera de Venezuela vale más que todo el dinero del mundo dentro de las cuatro paredes de «la Patria» así que, mi consejo, una vez más es, si puedes emigrar; emigra, porque vale la pena.

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Enrique Vásquez