Emigrar y aceptar tu nuevo país como tu hogar - Enrique Vásquez

Emigrar y aceptar tu nuevo país como tu hogar

De acuerdo con la RAE, «hogar» puede ser la casa o domicilio; así como también «hogar» es la familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas.  Sin embargo, a nivel espiritual, el concepto «hogar» podría ir mucho más allá. Wikipedia lo explica así: “la palabra hogar se usa para designar a un lugar donde un individuo o grupo de individuos habita, creando en ellos la sensación de seguridad y calma. En esta sensación se diferencia del concepto de casa, que sencillamente se refiere a la vivienda física. La palabra hogar proviene del lugar donde se encendía el fuego, a cuyo alrededor se reunía la familia para calentarse y alimentarse. Se aplica también a todas aquellas instituciones residenciales que buscan crear un ambiente hogareño, por ejemplo: hogares de retiros, hogares de crianza, etc.”.

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Por lo tanto, el «hogar», es ese lugar donde te sientes a gusto, a salvo y en paz; el hogar puede ser tu casa o también la ciudad en la que vives. Ya que es ese sitio que te provee seguridad y calma.

Como no podría ser de otra manera, muchas personas que emigran comienzan a sentir una sensación de dualismo existencial respecto a dónde se encuentra su hogar, debido principalmente a que se tiene la idea de que el «hogar» es el sitio del que provienes.

Sin embargo, si esto fuera exclusivamente así, el hogar de todos sería el vientre materno, porque es el lugar originario del que provenimos… Es nuestra primera ubicación y donde se nos proveía de alimento, calor, seguridad, confort, paz y, sobre todo, seguridad.

Al momento de nacer, nuestro hogar cambió de forma indefinida. Nunca más pudimos volver a esa rica y confortable bolsa de líquido en la que vivimos nuestros primeros nueve meses. Dicho de otro modo, el nacimiento fue nuestra primera migración, emigramos del vientre materno al mundo exterior (y de una manera que, si tuviéramos que hacerlo de adultos, sería imposible de asimilar para la mayoría).

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Lo mismo sucede a lo largo de nuestra vida. Hacemos varias migraciones sin darnos cuenta. A lo largo de todas ellas vamos cambiando de hogar y la mayoría de las veces sin apenas resistencia sino con agrado.

Por ejemplo, si tus padres se mudaban, se iban a una nueva casa que eventualmente se convertiría en tu hogar también. Luego, cuando creciste y te hiciste adulto te fuiste a tu propia vivienda. Aunque durante un tiempo seguías llamando “mi casa” a la casa de tus padres, eventualmente (apenas darte cuenta) decías “mi casa” para referirse a la tuya propia y llamabas “la casa de mis padres” a aquella donde creciste.

Al migrar a otro país, por muchos motivos, la resistencia suele ser más fuerte; especialmente si te vas “por obligación”, porque no querías hacerlo, pero una situación ajena a ti te obligó a hacerlo. Aquí deberíamos recordar que tu primera migración también fue obligada, porque el cuerpo de tu madre decidió que había llegado la hora y comenzó a expulsarte sin que tu pudieras opinar al respecto. Así se inició tu existencia de forma independiente.

Cuando uno se va a otro país, hay que emular el nacimiento, porque estás comenzando desde cero, estás llegando a un lugar desconocido donde todo es diferente y te toca hacer cosas que ni sabías que podías hacer. Por mencionar una analogía con el nacimiento, habría que decir que al nacer tienes que aprender a respirar (algo que nunca habías hecho y que no tenías consciencia de que podías hacer). Lo hiciste y sobreviviste.

Cuando llegas a ese lugar al que decidiste emigrar, asumes que probablemente estarás mucho tiempo y que en algunos casos no hay vuelta atrás. Así que ese será tu «hogar», porque si no vamos a las definiciones plasmadas en el inicio de estas letras, podrás darte cuenta de que el hogar no es el lugar del que vienes, sino el sitio en el que habitas, que haces tu vida día a día, donde te alimentas y descansas. Dicho de otro modo y para hacer un resumen algo extremo: el hogar es el sitio en el que vives; y si no lo asumes de esa forma, será mucho más difícil asentarse, echar raíces, sentirse a gusto y lograr la felicidad plena y absoluta que todos los seres humanos necesitamos, merecemos y debemos procurar.

En mi caso, que he vivido en muchos sitios, en diferentes ciudades y países, sin mención de la cantidad tan amplia de viviendas en las que he morado, debo decir que siempre, en todos los casos, las asumo como mi hogar mientras esté allí; porque es la vía más perfecta, expedita (y en algunos casos la única), de tener paz mental y poder enfocarme en el futuro y lograr mis metas. Sí se puede.

Enrique Vásquez