Hoy cumplo cuatro meses en Panamá. Muchos aspectos cotidianos de mi vida han dado un giro radical en estas 16 semanas. He pasado de estar paranoico en la calle a caminar tranquilamente con el teléfono en la mano. He dejado de sentir miedo cuando escucho el característico ruido de una moto y hasta me inventé una especie de juego en el que trato de adivinar de qué franquicia de comida rápida se trata, cada vez que escucho una. Mi preocupación más importante ya no es pensar si el mismo presupuesto me alcanzará para comprar las mismas cosas el próximo mes en el supermercado, o cuántos lugares tendré que recorrer para encontrar un litro de leche o de aceite.
En este corto tiempo, he subido un par de niveles en mi «pirámide de Maslow». Actualmente, y gracias a Dios, tengo satisfechas mis necesidades básicas de alimento, seguridad y protección; lo que me permite pensar en ir subiendo poco a poco hacia lo más alto de esa «jerarquía de las necesidades humanas» y plantearme cosas como crear una o más empresas, comprar un automóvil y, eventualmente, una casa propia. Es decir, incorporar a mi vida más elementos que aumenten y fortalezcan mi calidad de vida, y me generen satisfacción personal. Porque definitivamente, mi opinión sobre Panamá sigue mejorando día tras día.
Durante el mes de octubre se llevó a cabo el «Panamá Motor Show», un espectáculo impresionante. Se trata de una exposición y venta de automóviles en la que concesionarios y bancos prácticamente compiten entre ellos, ofreciendo a los asistentes el mejor precio, con las mejores condiciones de financiamiento, para que se llevaran su carro del año (casi todos los modelos eran 2015). En algunos casos sólo dabas el 10% de inicial, con 8 años para pagar y una tasa de interés del 3%. Debo confesar que hasta yo salí de allí flechado por la cantidad y variedad de vehículos y terminamos sucumbiendo a las «mieles del capitalismo». Logramos hacer los trámites (que se han tardado un poco más de lo previsto por las Fiestas Patrias), pero estimo que, antes de que termine noviembre, podré recorrer Ciudad de Panamá disfrutando mi carro nuevo, a precio de feria.
Por otro lado, el clima durante este mes ha sido muy benevolente ya que estamos en plena temporada de lluvias (y vaya que se siente la diferencia). Me han comentado que en diciembre comienza el verano y la temperatura vuelve a aumentar, pero cuando llegue el momento se verá y después les cuento.
La verdad, y debo ser honesto, los únicos malos tratos que he recibido en este país, aunque parezca mentira, han provenido de algunos compatriotas que, al igual que yo, han salido en la búsqueda de un cambio, de algo mejor; pero aparentemente aún no terminan de adaptarse. También es mi deber aclarar, enfatizar y reiterar que no estoy hablando de todos, porque aquí también hay muchos venezolanos muy respetuosos, educados, trabajadores, honrados y agradecidos con la oportunidad que les ha dado Panamá; pero sería muy ingenuo tratar de tapar el sol con un dedo y no reconocer que hay un pequeño grupo que, lamentablemente, está dañando la imagen de nuestro gentilicio en este país. A los hermanos panameños que me leen les ofrezco una disculpa por las expresiones que algunos venezolanos han tenido aquí en su casa. Les aseguro que la gran mayoría de los que venimos de la cuna de Bolívar somos personas de bien y con deseos de trabajar y de hacer las cosas de la manera correcta.
Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.
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Enrique Vásquez
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