Venezolanos, dejemos el drama y sigamos adelante - Enrique Vásquez

Venezolanos, dejemos el drama y sigamos adelante

Perdonen el nombre del post. Sé que, para ser un artículo en el que le sugiere a la gente que no sea dramática; es un título bastante… ¡dramático!

Digamos que quise ponerlo así para llamar la atención, pero en realidad sí hay conceptos que se pueden rescatar de esa frase tan «chocante». Si lo analizamos con la cabeza, y no con las vísceras, quizás podamos reconocer que muchos venezolanos vivimos en un «rollo mental» todo el tiempo.

En las últimas semanas he notado, con estupor, como se han incrementado en redes sociales los comentarios que hacen referencia a «lo mal que me trataron», «lo injusta que es la vida», «el mal servicio que recibí», «lo feo que me miraron», «el paso que no me cedieron», «la puerta que me cerraron», «la palabra de aliento que no recibí» y muchas otras situaciones por el estilo; sumadas a cientos de argumentos y excusas que justifican todas las cosas que no nos salen bien porque, siempre, son responsabilidad de otro o culpa de las circunstancias.

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Al menos ahora estoy seguro de que Delia Fiallo ha dejado su huella en el mundo. Quizás el génesis de esta eterna actitud de víctima está en aquellos icónicos culebrones, en los que la que la humilde muchacha de servicio se convierte en la dueña de un consorcio internacional, porque era la hija perdida del anciano millonario; al mejor estilo de las películas clásicas de Disney en las que una doncella que habla con ratones o pajaritos, cambia su vida para siempre luego de interactuar con algún ente mágico, llámese Hada Madrina o beso sin lengua del «verdadero amor».

Perdonen pero esa vaina es una novela, una historia de ficción creada con la intención de producir un mundo irreal que permita a las personas de bajos (y no tan bajos) recursos económicos, educativos y culturales; soñar con la posibilidad de que un día, por obra y gracia de la Providencia, sin trabajar y sin hacer ningún tipo de esfuerzo, todas las calamidades y carencias de su vida se acabarán de la nada y tendrán todo el poder y todo el dinero que siempre quisieron (o que siempre envidiaron).

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Quizás fueron aquellos conmovedores diálogos recargados de hipérboles (que deben haberle causado un par de lesiones en la garganta a algunas actrices), con movimientos acrobáticos que saturaban la escena mientras hasta para pedir un vaso de agua se ponían una mano en el pecho y otra en la frente (ojos cerrados y posición fetal incluida); las que nos convirtieron en apasionados emisores de mensajes que deberíamos razonar con la cabeza (lugar del cuerpo donde, según la ciencia, está ubicado el órgano que nos fue provisto para pensar) y no con el corazón (lugar del cuerpo donde, según la literatura, se generan los sentimientos). Estos son algunos de estos mensajes:

1- «Venezuela es el mejor país del mundo»

Venezuela es un país hermoso. Definitivamente, cuando Dios dibujó el universo reservó para Venezuela sus mejores lienzos, pinceles y colores. Nuestro país tiene una gigantesca costa en pleno mar Caribe (donde están las playas más espectaculares del planeta); majestuosos picos coronados con nieve, el impresionante relámpago del Catatumbo, la Gran Sabana y las formaciones expuestas más antiguas en el planeta, los exquisitos atardeceres de Juan Griego y miles de bucólicos rincones. Es decir, en lo que respecta a paisajes naturales, Venezuela no tiene padrote.

Lamentablemente esa hermosura deja de cautivarte cuando te das cuenta que, para disfrutarla, tienes que sacrificar tu seguridad, tu salud y hasta tu vida; porque las carreteras están en pésimas condiciones, los servicios de asistencia vial son casi inexistentes, el sector hotelero está en decadencia, no hay señalizaciones, el transporte público es un chiste (de los malos) y todo te recuerda la famosa mini serie de History Channel «La Tierra sin Humanos»; lo cual sigue siendo preferible al tipo de humanos que se te pueden acercar si, Dios te libre, quedas accidentado e indefenso en una carretera, como trágicamente le pasó a la recordada Mónica Spears.

¿De qué sirve un paisaje bonito si, para contemplarlo, tienes que estar dispuesto a correr riesgos espantosos y exponer a tu familia a incomodidades, penurias y hasta la muerte?

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Ahora, vamos más allá de lo turístico y pongamos la mirada en las cosas cotidianas… ¿Me van a decir que la calidad de vida de la mayoría de los venezolanos que viven en Venezuela es «la mejor calidad de vida del mundo»?

Empecemos aceptar que en Venezuela no está garantizado el derecho a la vida, ni a la salud, ni a la educación, ni a la vivienda, ni a la justicia… ¿cómo puede ser ese «el mejor país del mundo»?

Según el Observatorio Venezolano de Violencia, en la Patria de Bolívar son asesinadas anualmente unas 25 mil personas. Expertos como el economista Pedro Palma vaticinan que este año la inflación podría superar el 140 por ciento. La velocidad del Internet en Venezuela es la más baja de Sudamérica (1,7 megas por segundo en promedio). Cifras de Datanálisis revelan que la escasez de alimentos básicos y medicinas supera el 60% en las principales ciudades.

El sistema eléctrico está por el piso, la falta de la seguridad jurídica espanta inversiones privadas (si no pregúntenle a mi abuela, quien tiene más de 10 años tratando de que una inquilina le devuelva su apartamento), el parque automotor es una dicotomía entre viejos modelos «parapeteados» y colosales camionetas que equivalen a 3.500 salarios mínimos…

¿No sería más realista decir que Venezuela es el país con las bellezas naturales más hermosas del mundo? Eso sí podemos gritarlo a los cuatro vientos y nadie tendría argumentos para decirnos lo contrario. Sinceramente espero que llegue pronto el día en el que sus habitantes puedan tener una vida realmente digna. Cuando eso ocurra, sí podría ser el mejor país del mundo, pero ahora mismo no lo es. Si no, ¿cómo se explica que según la última encuesta divulgada por la firma Datincorp, el 49 por ciento de los 30 millones de venezolanos haya considerado irse del país tan pronto se le presente alguna posibilidad?, ¿quién, en su sano juicio, quisiera huir del mejor lugar del mundo?

2- «Venezuela es un país rico»

¿Qué es ser un país rico? Hasta donde tengo entendido la verdadera riqueza no se calcula en base a los recursos naturales que hay bajo el subsuelo. Si fuera así, Japón, Reino Unido y Alemania (sólo por poner ejemplos) serían países sumamente pobres y todos sus habitantes estarían en la mendicidad, no tendrían industrias ni sistemas de salud envidiables, y mucho menos estarían en el top 10 de las economías mundiales.

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La riqueza de una nación viene dada por su capacidad tecnológica, por sus habilidades para convertir esos recursos naturales en cosas utilizables y que mejoren la calidad de vida de las personas. La riqueza de los países se traduce en la posibilidad de que todos sus habitantes puedan vivir bien, pero «bien de verdad». Un país rico es aquel donde los emprendedores que desean producir un bien terminado o prestar un servicio que genere bienestar, cuentan con herramientas para hacerlo sin tantas trabas legales, dificultades, burocracia sin sentido, amenazas y sobornos… ¿o acaso creen que es casualidad que en las naciones con menos restricciones económicas y mayor calidad educativa la gente puede vivir mejor?, ¿cuántos recursos naturales tienen los países más desarrollados del mundo en comparación con Venezuela y cuántos de ellos tienen mayor producto interno bruto y mejor índice de desarrollo humano?

Entonces, no me queda duda: Que un país tenga petróleo, gas natural, agua, oro, hierro, uranio y otros recursos naturales en abundancia, no es sinónimo automático de que sea un «país rico». Para llegar a serlo, esos recursos deben estar al servicio de la gente, pero no en forma de limosnas disfrazadas de misiones sociales; sino como parte de un sistema productivo que genere bienestar y oportunidades reales para todos.

3- En Venezuela siempre tratamos bien a todos los extranjeros

¡Mentira! Ni antes (ni ahora) se ha tratado bien al extranjero en Venezuela. Mi propia familia fue víctima de xenofobia cuando llegó a mediados del siglo pasado. Le decían a mi abuela cosas como: «españoles del carajo, devuélvanse a su país y dejen de quitarnos el trabajo a los venezolanos». A mi mamá en el colegio sus propios compañeritos le hacían bullying con comentarios como: «los papás de esa española son los que dejan a mis papás sin trabajo».

Más recientemente, podía verse en las calles e incluso en la televisión. Por ejemplo, a los colombianos siempre se les etiquetó de tracaleros y estafadores. Mucha gente decía con absoluta normalidad frases como: «ese condenado portugués de la panadería es un ladrón» o la muy típica: «el chino miserable del abasto no te lo vende si te falta un bolívar»; a las que podemos agregar decenas de ¿pintorescas? referencias sobre los «turcos déspotas», «italianos mafiosos» y cualquier tipo de «musiú».

Me pregunto ¿eso es recibir bien y con las puertas abiertas a los extranjeros? O es que cuando lo hacíamos nosotros era normal y hasta gracioso; pero si el comentario es hacia un venezolano, entonces es inaceptable porque «nosotros jamás hemos hecho algo así».

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Muchos me dirán que habrán sido otros los que se refirieron a los extranjeros de esa manera y que es injusto generalizar. Estoy de acuerdo, pero los invito a hacernos una autoevaluación muy crítica como sociedad. ¿Recuerdan cómo se burlaban de los portugueses y de los colombianos en Radio Rochela?

Más recientemente he visto venezolanos que literalmente ODIAN a los cubanos, y de ellos dicen cosas como «comunistas trasnochados e infiltrados que vinieron a destruir nuestro país y deben ser expulsados de inmediato en nombre de la libertad y la democracia»… ¿eso no es generalizar?, ¿todos los cubanos que viven en Venezuela son así?… No se puede exigir lo que no se está dispuesto a dar. Así de sencillo.

4- Tienen que tratarnos bien porque nosotros venimos con buena actitud y ganas de trabajar

¿Acaso algún inmigrante no llega a su país de destino con ganas de trabajar?, ¿por qué merecemos que nos traten como reyes y con pleitesía, más allá del respeto normal con el que todo ser humano merece ser tratado?

Ojo, a mí también me molesta cuando me tratan como si fuera una basura, cuando me ignoran en un lugar donde (independientemente de que sea extranjero o no) soy un cliente más; o cuando me cierran las puertas. Es obvio, soy humano y esa situación me molesta. Sin embargo, antes de armar un berrinche típico de malcriado, recuerdo que el recién llegado aquí soy yo y mi deber es buscar una manera civilizada y respetuosa de solucionar las cosas.

Al armar un lío el que sale perdiendo es uno. Deténganse a pensar por un momento que en cualquier parte hay alguien con un celular dispuesto a grabarte y a publicarlo en todas las redes sociales con la intención de sacar las cosas de contexto.

Si te vas a otro país esperando una alfombra roja apenas te bajes del avión, de pana, te vas a llevar muchos golpes en el extranjero. Nosotros no somos más que nadie. Tampoco estoy diciendo que seamos menos pero, definitivamente, no estamos en los primeros lugares de la escala de prioridades del país al que acabas de llegar, pues en cualquier parte del mundo la prioridad de cualquier gobierno deben ser sus propios ciudadanos.

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Si se tomaron la molestia y el tiempo de llegar hasta esta parte del artículo, probablemente ya estén ofendidos y hasta pensando en el mal del que me voy a morir, preguntándose en voz alta «¿este tipo qué se cree?» pero, antes de que recojan firmas para organizar una hoguera colectiva, pongo la siguiente idea sobre la mesa y los invito a pensar en ella, pero no de manera individualista y reduccionista (poniendo la mirada solo sobre nuestros actos personalísimos), sino como sociedad, como pueblo:

Si de verdad somos tan maravillosos como creemos, ¿por qué existen tantas etiquetas negativas asociadas a nuestro gentilicio?… ¿será verdad que todo es un invento, una conspiración internacional, producto de la envidia universal que le genera a hombres y mujeres, de todas las razas y religiones, el hecho de que venimos de «el mejor país del mundo»?

Si emigraste o piensas hacerlo pronto, recuerda que no es una mudanza. Emigrar es un cambio de vida, de paradigmas, de circunstancias; que requiere (demanda, exige, obliga) un cambio de actitud. Si no lo entendemos seguiremos dándonos golpes contra la pared sin entender lo que está pasando. Eso incluye dejar de ofender y destruir al que piensa distinto a nosotros (lección aprendida por el hombre nuevo de la Patria buena, tras 16 años de socialismo del siglo XXI).

El mundo lo agradecerá y nosotros mismos también.

Enrique Vásquez

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