La semana pasada estuve en Venezuela después de pasar poco más de 90 días viviendo en Panamá y hoy quiero comentarles lo que percibí del país en ese pequeño lapso de tiempo que estuve allá.
El viaje originalmente estaba planeado para 15 días pero por motivos de fuerza mayor, que no vienen al caso tuvimos que reducirlo, a una semana. En consecuencia, el tiempo no nos alcanzó para hacer todo lo que teníamos previsto hacer, sin embargo fue una semana “interesante”. Ya que realmente sentía ganas de ir a Venezuela luego de haber pasado tres meses en Panamá.
Salimos en el vuelo Panamá-Barcelona que opera la línea Avior, que no es la mejor del mundo pero tiene la gran ventaja que nos ahorra el tener que pasar por Maiquetía, lo que para alguien cuyo destino final es la zona norte del estado Anzoátegui es perfecto, porque es un vuelo directo, sin escalas y en el que, al final, ahorras bastante tiempo y dinero.
La atención del personal de Avior en Panamá fue excelente, muy amables. El joven del counter nos indicó que nuestros puestos estaban separados, pero lo hizo con tanta amabilidad que fue imposible reclamarle algo. Nadie nos preguntó ni nos hizo advertencias de ningún tipo sobre las maletas o su contenido (salvo las de rigor respecto al equipaje de mano con objetos filosos, líquidos, etc), pasamos migración y revisión sin inconveniente alguno, almorzamos en uno de los restaurantes que hay en el aeropuerto de Tocumen y luego esperamos que llamaran para abordar.
Una vez en el avión, la azafata nos sugirió que nos sentáramos juntos mientras llegaba el otro pasajero, para consultarle si estaba de acuerdo en ocupar el puesto que originalmente estaba asignado a mi esposa para nosotros permanecer uno al lado del otro, situación que efectivamente ocurrió.
Llegamos al aeropuerto José Antonio Anzoátegui de la ciudad de Barcelona luego de poco más de dos horas de vuelo. Como siempre, la escalera mecánica que está al finalizar el “gusano” por el que se desciende del avión estaba apagada. Sin embargo, me sorprendieron gratamente dos cosas: la primera de ellas es que habían tres oficiales de migración atendiendo a los que llegábamos en ese vuelo (normalmente están uno o dos), a nosotros nos tocó una joven muy amable y que nos trató muy bien. Lo segundo es que las remodelaciones del área de llegada internacional han avanzado, por lo que ya está en funcionamiento la correa de los equipajes, o sea, que no debes ver como lanzan tu maleta por un hueco en la pared y arrojarte sobre ella como si estuvieras en una suerte de piñata para adultos, en las que se lanzan equipajes en vez de caramelos.
Íbamos un poco preocupados porque nos habían contado historias muy bizarras sobre las consecuencias de llevar leche en polvo, jabón de baño, afeitadoras, lavaplatos, desodorantes, chocolates, geles de baño, champús, acetaminofén, pastillas para la tensión, quesos madurados y sellados al vacío, embutidos sellados al vacío, entre otros artículos que efectivamente llevamos a Venezuela.
Más de una persona nos había dicho que los funcionarios de la GNB decomisaban esos valiosos tesoros en el aeropuerto. La verdad, al menos en mi caso, es que eso es totalmente falso. Nosotros pasamos nuestras maletas llenas de todos esos productos, que eran para nuestras familias, por la máquina de rayos X y ninguno de los funcionarios que estaban allí hizo el más mínimo gesto de mandar a revisar nuestro equipaje.
Sí pararon a otras personas pero, por lo que pude medio ver y escuchar, una señora dijo “¿y qué más puedo traer yo allí además de mi ropa?”, pero cuando la mandaron a abrir la maleta salió a relucir tremenda MacBook Pro nuevecita, en su caja y todo (un equipo que debe costar como dos mil dólares, mínimo).
La Patria se sentía distinta. No puedo asegurar con certeza el sentimiento que me embargaba. Era como llegar de vacaciones a otro sitio, a un lugar que me parecía familiar, así como si estuviese viviendo un deja vú. El cielo, la temperatura, la humedad; todo era agradable y conocido pero, al mismo tiempo, no lo reconocía como propio. Es como cuando ves a tu ex y recuerdas los momentos felices que pasaron juntos, pero también todo el daño que te hizo, todo al mismo tiempo.
Ver los carros viejísimos y en condiciones casi de chatarra, junto a camionetas nuevas que para poder comprarlas necesitas el equivalente a mil salarios mínimos; caer en cuenta que prácticamente ninguna calle o avenida tiene rayados o señalización, que la mitad de ellas no están iluminadas, muchos semáforos malos, los motorizados pasando a tu lado con aquellas actitudes que lo que dan es miedo; ambulancias de los años 80 zigzagueando en el tráfico con las luces y la sirena encendidas tratando de abrirse paso y uno pensando en aquella leyenda urbana de “ellos no llevan a nadie ahí, hacen ese alboroto sólo para pasar más rápido” y detrás de ellas una hilera de automóviles a toda velocidad, uno pegado al otro, tratando de aprovechar “el hueco” dejado por el vehículo médico para avanzar con celeridad, todo eso mientras al fondo observas un cielo extremadamente azul que va tornándose color amarillento-naranja a medida que cae el sol y te deleita con un atardecer como pocos he visto en el mundo. La magia de una situación geográfica y una naturaleza envidiable, junto a un desastre urbano causado por sus propios habitantes.
Lo primero que hice al llegar al apartamento (y durante los 8 días) fue encender los aires acondicionados. Hacía tanto, pero tanto calor que nunca los apagué. En ese conjunto residencial nunca se pagan más de 200 bolívares de luz y eso, en este contexto, equivale para mí a poco más de dos dólares; mientras que aquí en Panamá, prendiendo el aire esporádicamente pagamos $100.
Ciertamente, creo que el sol sabía que nosotros íbamos para allá y que no teníamos aire acondicionado en el carro porque aquello parecía un ataque térmico con premeditación y alevosía. En toda la semana no llovió ni una sola vez, todas las nubes se escondieron y desde las 6:30 de la mañana hasta las 5:30 de la tarde el sol quemaba, literalmente, asaba nuestra piel. Era desesperante, insoportable, mucho peor que cualquier cosa que haya sufrido en Panamá, no lo recordaba tan terrible, más de 37 grados a la sombra.
De una pieza quedé cuando fui a la panadería a comprar algo de comer, un poco de pan y queso, por un momento tuve ganas de comprar un litro de leche pero luego recordé que estaba en Venezuela y se me pasó. Todo, pero todo había aumentado hasta el doble, por ejemplo: una bandejita de queso guayanés Bs.100, el kilo de queso amarillo Bs.600, compré dos canillas, la bandeja de queso, un poco de amarillo, algo de jamón de pierna y fueron Bs. 500. Insólito.
Al día siguiente, en el frigorífico, media docena de huevos, Bs. 120, medio kilo de bistec, casi Bs. 200, o sea ¿qué locura es esa?
El tercer día en la mañana, por casualidad fui a un Central Madeirense (es una cadena de supermercados como los Súper 99 en Panamá) y había casi todo lo que buscaras pero con precios muy superiores a los de hace tres meses, el doble del precio en la mayoría de los casos. Lo que sí brillaba por su ausencia era lo siguiente: Aceite vegetal, huevos, leche en cualquiera de sus presentaciones, carne, pollo, margarina, queso blanco, harina de maíz, jabón para lavar platos, detergente para lavar la ropa, jabón de tocador, desinfectante, afeitadoras u hojillas para afeitar, cloro. Sin embargo, quienes están dispuestos a pagar mucho más de lo que cuestan o hacer colas kilométricas bajo aquel sol ardiente, pueden conseguir esos productos en otros sitios.
En un Farmatodo (algo parecido a las farmacias Arrocha de Panamá) también conseguimos casi todo lo que fuimos a buscar, aunque mi esposa quedó sorprendida de que las marcas de maquillaje que había eran desconocidas. Según ella, ninguno de los productos era de marcas “buenas”. La venta de cosas como jabón de tocador, crema dental y ciertos medicamentos está controlada por número de cédula y sólo puedes comprar la cantidad máxima permitida una vez a la semana. Las cantidades son variables pero por ejemplo, en el caso del jabón, son tres pastillas semanales.
Los medicamentos como el acetaminofén no los venden sin récipe médico, el ibuprofeno sólo se consigue en presentaciones “atípicas”, como sobres y cápsulas blandas cuyo precio es de unos Bs. 150, mientras que las de siempre – que no hay – deberían costar Bs. 6.
En los restaurantes a los que fuimos a comer (y que fue casi todos los días), en ningún momento nos dijeron que no había algún plato o algún ingrediente. Eso sí, una cena para dos personas puede costar Bs. 1200 (nótese que el salario mínimo es de Bs. 4.000 aproximadamente), pero cuando tu vienes de una economía dolarizada, eso representa apenas 12 dólares, mucho menos de lo que costaría en Panamá, que es aproximadamente 30 o 40 dólares.
Lo que sí no tuvo parangón ni control alguno fue el aumento en el precio de los licores. Una botella de Ron Santa Teresa 1796 que en julio me costó Bs. 650, ahora en octubre la compré en Bs. 1.650. Es decir, casi el triple de aumento. Las botellas de Whisky que adquirí en febrero para mi matrimonio en Bs. 1.800, cuestan en la actualidad casi Bs. 6.000 y así sucesivamente. Ahora entiendo por qué, por primera vez en la historia, ha bajado el consumo de Whisky en Venezuela. Con esos precios es impagable.
Por otra parte, debo decir que durante todos esos días la luz no se fue ni una sola vez en la casa, no sentí mi seguridad amenazada más allá de dos o tres motorizados que pasaban pegados al mientras estábamos en un semáforo viendo para dentro del carro (probablemente si hubiese tenido el celular en la mano me lo habrían quitado).
Cuando llegó el momento de venirnos estábamos algo preocupados por las maletas porque, otra vez, aparecieron las leyendas urbanas de que la GNB no deja sacar nada del país. Así que me encomendé a Dios y en un acto de fe metí en las mismas nuestra licuadora, el juego de cuchillos que usaba en Venezuela y que tanto me gustan, mi Xbox 360 edición especial Star Wars, todos los juegos originales (como 20 más o menos), los controles, un TV/Monitor de 23 pulgadas LCD, varios perfumes originales que teníamos en Venezuela nuevos, muchas pero muchas especias que nos trajimos (potecitos de esos de McCormick de ajillo mix, pimienta negra, etc), varios envases de Toddy de 400 gramos, una bolsa de Toddy de 2 kilos, un pocote de Cocosette, varias bolsas de mezcla para cachapas PAN, diablitos, mantequilla en lata, entre otras cosas que compramos para uso personal y para regalar aquí a los allegados y amigos. ¡Ah! y, por supuesto, la ropa y una botella de Santa Teresa 1796 que es única y exclusivamente para tomármela con mi esposa.
Al llegar al aeropuerto para forrar las maletas con plástico me doy cuenta que no me alcanzaba el efectivo que tenía porque (por supuesto) el precio también se duplicó. Ellos no tenían punto de venta para pagarles con tarjeta de débito y, oh sorpresa, los tres cajeros automáticos que hay en el terminal aéreo no tenían efectivo, por lo que tuve que forrar únicamente tres de las seis maletas, rogando haber envuelto las que tenían las cosas más delicadas como el TV y la Xbox porque, sinceramente, no recordaba cuál era cuál.
Después de eso, justo en el primer check de la aerolínea (en el que muestras tu pasaporte por primera vez antes de pasar al counter), el empleado de Avior con una actitud casi que de cuidador de cárcel de máxima seguridad y aquel tono de perro rabioso y odio reprimido, tuvo la siguiente conversación conmigo:
– ¿Viaja sólo?
– No, con ella (señalando a mi esposa que estaba detrás de mí)
– ¿Y ella qué es suyo?
– Mi esposa (le digo muy estoicamente mientras en mi mente pensaba en insultarlo y mandarlo a la mierda, pero me contuve porque quería venirme).
– ¿Motivo del viaje?
– Vivo en Panamá
– ¿Lleva chocolates, explosivos, aerosoles, líquidos u otro material peligroso en su equipaje?
– Llevo Torontos y Toddy (mientras trataba de entender por qué eso es problema de él y por qué determina que el chocolate es un “material peligroso”).
– Bueno, si lleva eso es probable que le hagan revisión de equipaje y se lo decomisen, así que esté pendiente si lo llaman.
Es obvio que luego de ese momento mis peores temores se hicieron realidad, o sea, ¿entonces era verdad lo de que está prohibido sacar Toddy, Torontos y Cocosette de Venezuela?
Minutos después de chequearnos y mientras desayunábamos en el único restaurante del aeropuerto (que gracias a Dios tenía punto de venta y pudimos pagar los Bs. 600 por un sándwich, dos café con leche y dos arepas), por los parlantes del lugar una muchacha como desesperada llamaba cada cinco minutos a los pasajeros del vuelo para Miami y también a los que íbamos hacia Panamá, a pesar de que nuestro vuelo salía a las 11 am y aún eran las 9 menos cuarto. Pasamos la revisión de seguridad relativamente rápido y, al subir hacia migración, nos encontramos con una mega fila de gente en un calor insoportable. Pues sí, tres meses después el aire acondicionado de la sala de espera continuaba malo.
Tras esperar como una hora y media en esa sala, que fácilmente podría ser utilizada para secar carnes o pescados en tiempo récord, y a la espera de que en cualquier momento me convocaran para la temida “revisión de equipaje” producto de los potes de Toddy o los Torontos en las maletas; finalmente comienzan a llamar para el abordaje. Entramos, nos sentamos en nuestro puesto, mientras yo continúo con la presión psicológica inducida por las historias y cuentos de terror a los que se sumaron las palabras del joven que les mencioné más arriba (el mismo que aparentemente no ha recibido tratamiento terapéutico adecuado para el manejo responsable de la ira).
Listo. Cierran la puerta del avión. No me llamaron. Respiro tranquilo por un lado, mientras por el otro me pregunto ¿será bueno o malo que no hayan llamado a ninguno de los dos?, ¿habrán hecho la inspección del equipaje en nuestra ausencia?, ¿será que los empleados de la aerolínea decidieron hacer la “inspección” por su cuenta en vez de hacerlo la GNB?… y otras preguntas existenciales.
El avión comienza a carretear por la pista, gira, se pone en posición de despegue, acelera al máximo, nos pega contra los asientos, pasan como cuatro segundos, deja de acelerar, baja la velocidad, sigue rodando, da la vuelta en U, vuelve a la terminal, se pone junto al gusano, el piloto dice por el altavoz: “Señores pasajeros, hemos abortado el despegue porque se encendió un indicador de presión de aceite en uno de los motores”. Entra el personal de mantenimiento, hablan con los que están en la cabina de mando, otra voz indica por los parlantes: “todos favor bajar del avión con su equipaje de mano”. Nos dicen que llevarán la aeronave al hangar para revisarla.
Once y cinco minutos de la mañana y volvemos a la sala de cremación, digo de espera en la que si miras al techo podrás ver nidos de palomas y de diversas aves tropicales. En ninguno de los tres puesticos de venta de comida hay agua mineral, nos deshidratamos, la temperatura aumenta a medida que se acerca el mediodía, aparece el personal de Avior con juguitos y agua que son insuficientes pero al menos nos salvaron de morir deshidratados, el hambre arrecia, finalmente casi a la 1:00 pm, vuelven a llamar para el abordaje. Nos indican que no había problemas con la presión de aceite, que lo que falló fue el indicador; y decidimos creerles (era eso o pasar todo el viaje pegados a la ventana esperando ver el chorro de aceite surcar el cielo).
Lo importante es que el avión llegó a Panamá y, por fin, logré salir de una gran duda que tenía.
Sí amigos, una vez que tienes carnet de migración y visa múltiple de entradas y salidas, al llegar a Tocumen sólo tienes que llenar la planilla de aduanas (la de migración no) y pasas por la cola corta, la de “Panameños y residentes”. Debes mostrarle al oficial tu pasaporte junto al carnet y ya, pasas rapidito y sin problemas.
Y para los que se están preguntando qué sucedió con las maletas, debo decirles que todas llegaron en perfecto estado, no abrieron ninguna y mis latas de Toddy, el TV y la Xbox 360 arribaron a Panamá sin daño alguno. Así que, por ahora los dejo porque me voy a jugar Tomb Rider mientras me tomo un delicioso Toddy frío con leche Klim.
Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.
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Enrique Vásquez
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