Hoy una seguidora de Facebook me sorprendió con una pregunta maravillosa; de esas que uno recibe pocas veces en la vida y lo invitan a reflexionar antes de responder. En un comentario en el que comentaba que soy feliz, Marian Armas me dijo:
“Qué bueno que lograste la felicidad porque a mí me cuesta, aunque estoy bien en el país que estoy viviendo.
¡Dame el secreto! Porque desde que te sigo estás pendiente de Venezuela y también de cada lugar donde estás y yo no logro sentirme plena porque el estrés de lo que sucede en mi país me afecta demasiado. Ver a mi gente pasando todo eso me afecta mucho.
Muchas personas me han dicho que me desconecte de Venezuela; pero es tan difícil. Dime ¿qué haces para que la situación de nuestro país no te afecte?”
Ahora quiero compartir con ustedes algunas reflexiones basándome en la respuesta que le di, pues creo que todos los venezolanos que hemos emigrado deberíamos buscar la manera de sentirnos más a gusto en el sitio donde estamos, e internalizar por qué no seguimos en nuestro país. Eso no significa desconectarse, sino aprender a manejar las emociones derivadas de la situación de Venezuela.
Claro que la situación de Venezuela me afecta. De no ser así, no estaría todo el tiempo opinando sobre lo que ocurre en el país que me vio nacer.
Sin embargo, hace ya varios años que aprendí que con mortificarme, preocuparme y estresarme no logro nada salvo angustiarme, envejecerme y enfermarme, porque mi estrés o mi preocupación no cambiarán en nada la realidad.
Creo que, al emigrar, entendí que más allá de ayudar mis seres queridos que aún siguen en Venezuela, no hay mucho más que esté en mis manos. Tengo la tranquilidad de haber hecho todo lo que pude mientras estuve allá. Marché, voté, apoyé a la oposición, hice campaña por ellos, traté de convencer a cualquier chavista que se ponía en mi camino y mucho más.
Tengo la conciencia tranquila porque jamás voté por Chávez ni por su gente. Mi derecho al voto lo ejercí por primera vez en 1998 y ni siquiera en ese momento me presté para eso. Jamás me convenció la idea de que un militar golpista sería la solución a la situación venezolana de aquel entonces y el tiempo me ha dado la razón.
Estoy en paz conmigo mismo al saber que hice todo lo que pude para evitar la destrucción del país, pero lamentablemente son más (muchos más) los que llevan 20 años apoyando este régimen destructivo. Además, por si fuera poco, los chavistas parecen estar conformes con el gobierno que eligieron y felices con el país que tienen. Por lo tanto, no gano nada con mortificarme ni con darme mala vida. Entendí que ellos quieren eso y, como yo no lo quiero y no puedo cambiarlo, tenía dos alternativas: O me adaptaba a ese desastre o me iba.
Elegí irme. De hecho, la primera vez que me fui lo hice a un sitio que terminó siendo peor que Venezuela, así que me regresé justo cuando la oposición ganaba la Asamblea Nacional. Me ilusioné, pensé que «ahora sí»… pero la realidad me golpeó con tal fuerza que terminé cruzando el Atlántico y finalmente aterricé en Madrid, una ciudad que me encanta; en un país que en este momento está mucho mejor que Venezuela.
En dos años, esta sociedad me ha tratado mejor de lo que me trató el sitio en el que nací durante las últimas dos décadas. En Madrid me siento a gusto y, en este momento, es lo que quiero para mi vida y la de mi familia.
Lo que veo y valoro es la felicidad de haberme ido de un lugar en el que no me sentía a gusto (y donde no tenía cómo cambiar la realidad), para estar en un sitio en el que me siento mejor que en casa.
El secreto de la felicidad es aprender a desprenderse del pasado, para estar dispuesto a abrirse al presente y al futuro. Madrid es mi presente y, quizás, mi futuro. No lo sé. Lo que sí sé es que debo disfrutarlo y vivirlo al máximo, con la mejor actitud. Quedarme anclado en el pasado sólo me perjudicará y no me dejará ver las cosas maravillosas que puedo encontrar y construir aquí donde estoy.
También me siento feliz ayudando y orientando a quienes quieren emigrar, porque he descubierto que actualmente hay un mundo mejor más allá de las fronteras de Venezuela.
Creo que ese es el secreto de mi felicidad: Haber aprendido a apreciar, valorar, agradecer y cuidar lo que tengo; en vez de quedarme atado a lo que tuve. Podría decirse que he puesto en práctica aquello de aceptar con serenidad lo que no puedo cambiar, tener fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y encontrar la sabiduría para entender la diferencia.
Enrique Vásquez
Recuerda, mi nombre es Enrique Vásquez y soy abogado de extranjería estudiado y colegiado en España, para información migratoria escríbenos a www.yoemigro.com/contactanos.
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