Ha transcurrido un año desde aquel día en el que abordamos el vuelo 1230 de Avior desde Barcelona hasta Ciudad de Panamá.
Veníamos, literalmente, cargados de sueños y de maletas. Eran nueve en total y estaban llenas de miles de cosas que uno cree que necesitará cuando se va a otro país. Confieso que intenté ser lo más pragmático posible al llenarlas, por lo que los recuerdos emocionales los dejamos en lo que hasta ese momento era nuestro hogar.
Procuramos meter sólo ropa adecuada al clima panameño, toda la comida no perecedera que pudimos (jamón endiablado, atún en lata, harina de maíz, arroz, pasta, sopas de sobre, café, té, entre otros), así como productos de limpieza e higiene personal (pasta de dientes, jabón, detergente, desodorante, perfumes, etc.)
Por supuesto no faltaron instrumentos que podrían ser de utilidad para obtener algún ingreso económico, como aquellos necesarios para trabajar en el área de soporte técnico de computadoras si era necesario, o las cámaras de foto, video, trípodes y sistema de micrófonos inalámbricos, por si algún día me decidía a abrir mi canal de YouTube (cosa que aún tengo pendiente).
Este ha sido un año interesante, lleno de muchísimas experiencias de vida. Hemos vivido desde aquellas que alegran el alma hasta algunas que, por lo duras, difíciles e intensas; se han convertido en grandes aprendizajes para ser cada día mejores personas.
Sinceramente, más que hablar de casos particulares, me gustaría referirme a este año por lo que me ha enseñado; por esas cosas que he aprendido luego de haber estado (por primera vez en mi vida) 12 meses viviendo en un país cuya cultura podría parecerse a aquella en la que crecí y viví hasta julio de 2014, pero en el que también se observan grandes diferencias.
¡Ojo! «Diferente» no quiere decir malo. Algo diferente es simplemente algo distinto que, como todo en la vida, tiene su lado bueno y su lado malo. Ahora bien, la realidad individual de cada persona es única pero, muy personalmente, considero que las cosas positivas que tiene Panamá superan por mucho a las que podrían parecerme negativas y, en mi opinión, desde muchos puntos de vista actualmente es preferible vivir en Panamá que en Venezuela.
Obviamente, después de estar un año lejos del sitio en el que siempre has vivido, es normal que se extrañen algunas cosas. Por supuesto que a mi familia la echo en falta y también extraño algunos sabores de allá. Por ejemplo, debo confesar que a veces quiero ir a desayunar pastelitos de carne mechada de la Panadería Brills de Santa Eulalia (en Barcelona) con bastante salsa de ajo, un mini lunch o un cachito de jamón. También me provoca de vez en cuando comerme una buena cachapa con queso e’ mano y cochino frito, pero hasta allí. Realmente, y sin un ápice de vergüenza ni de sentirme mal por ello, creo que no extraño más nada de Venezuela.
Cuando estaba por venirme, un gran amigo me sugirió que escribiera todas las razones por las que tomé esta decisión para que, el día que me diera el bajón emocional y el duelo migratorio, las leyera y recordara por qué lo hice. La verdad en ninguna ocasión he necesitado hacerlo. Quizás soy un extraterrestre o alguien extraño, pero de verdad, cada día que pasa, con los altos y bajos, con los momentos buenos y los momentos de aprendizaje, debo confesar que en ninguna oportunidad me ha pasado por la mente volver.
Si en alguna ocasión me ha cruzado por la mente la idea de irme de Panamá, les aseguro que ha sido con la intención de hacerlo hacia un tercer país, al menos hasta este momento, Venezuela no es un sitio al que quisiera volver. No sé cuál sea mi posición más adelante, porque con el paso del tiempo las personas van cambiando sus ideas y su forma de ver el mundo. Quizás me dé un nacionalismo extremo y decida regresar pero, por ahora, mi vida está aquí en Panamá.
Pero volvamos a Panamá que es el sitio donde estoy actualmente: Este sigue siendo un país de oportunidades al que vale la pena venirse si puedes hacerlo de forma legal. Durante este año son muchas las cosas que cambiaron y Panamá ya no es ese lugar al que todo el mundo podía venirse y conseguir un buen empleo sin papeles, quedarse un año y luego obtener un permiso de residencia sin grandes problemas.
Ahora las cosas están más estrictas, cada vez es más complicado realizar ciertas actividades y, debido a algunas situaciones que se han presentado, se están haciendo cumplir de manera muy firme algunas leyes que fueron creadas hace mucho tiempo para proteger a los panameños y que aún continúan vigentes.
La lección más importante que he aprendido este año es que muchas veces en la vida los límites se los impone uno mismo y para lograr las metas se necesitan dos cosas fundamentales: 1-) Basarse en expectativas migratorias reales y tener presente que lo que comienza bien por lo general termina bien. La mejor manera de arrancar una nueva vida con buen pie es hacerlo de forma legal, ya que eso otorga estabilidad y seguridad. 2-) Tener ímpetu, perseverancia, paciencia, amor por el trabajo, disciplina y un objetivo fijo, un foco al que orientar nuestras acciones para lograr resultados que nos permitan tener libertad financiera, para disfrutar tiempo de calidad con nuestros seres queridos, lograr estabilidad y permitirnos ser creativos, independientes, soñadores y felices.
Actualización: Desde hace mucho ya no vivimos en Panamá, el país cambió mucho, la xenofobia aumentó y decidimos que ya no era el sitio al que nos habíamos mudado. Ahora estamos en Madrid.
Si quieres saber las razones por las que actualmente no emigraría a Panamá, entra en este enlace.
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