Personas que emigran han existido siempre, y la mayoría de los migrantes salen de sus países de origen con la esperanza de volver a su tierra algún día y terminar la vida en el mismo lugar donde comenzó. Quizás tenga mucho que ver esa «visión romántica» que nos hace creer que todo tiempo pasado fue mejor y que, de alguna forma, nos ata a nuestro origen; a ese lugar «mágico» del que provenimos.
En honor a la verdad, no puedo negar que muchas veces extraño mi terruño, ese pueblo tan delicioso en el que crecí (que no es el mismo que en el que nací); y extraño ese clima rico, esa temperatura constante durante todo el año, e incluso el hecho de poder prender los aires acondicionados y la televisión todo el día, o tener una nevera y un congelador en casa y hasta encender el horno durante 7 u 8 horas seguidas (para hacer tomates secos) sin preocuparme por la factura del agua, el gas o la electricidad.
Parece mentira, pero a veces extraño esa capacidad de saber qué hora es con tan solo levantar la vista y mirar hacia el sol. Extraño poder agarrar el carro e irme a la playa (a una de las mejores playas del mundo) a tan sólo 30 minutos de distancia y, por supuesto, el hecho de ir cualquier día del año y que el agua siempre esté a una cálida y maravillosa temperatura.
Quizás por el resto de mi vida extrañe esto y muchas cosas, pero la verdad es que, mientras más tiempo pasas en otro país; menos ganas y menos probabilidades tienes de devolverte a Venezuela.
Por eso pienso que emigrar pensando en devolverse es una estupidez, es algo así como casarse pensando en divorciarse. Por ejemplo, actualmente soy un inmigrante venezolano en Madrid y, aunque tengo doble nacionalidad; mi esencia, mi origen, mi acento, mis costumbres y mi cultura es venezolana; pero eso no me impide acercarme, adaptarme y abrazar la cultura de Madrid. Mientras más tiempo pase, estaré más adaptado y tendré más cosas que me aten a esta ciudad y que me imposibilitarán el regreso.
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Es muy probable que durante varios años más Venezuela siga por su senda de involución o, en el mejor de los casos, la decadencia se estanque. Así las cosas, la brecha cultural, económica, social, y tecnológica entre Venezuela y, por ejemplo, Madrid; será cada día mayor. Por lo tanto, volver a Venezuela luego de vivir mucho tiempo en Madrid será cada vez más difícil y cuesta arriba.
Obviamente, del dicho al hecho hay mucho trecho. Al final del día, uno nunca sabe lo que puede pasar y siempre existe la posibilidad de que toque regresar; pero la verdad es que, de hacerlo, lo más probable es que sea por una mala jugada del destino que te obliga a, una vez más, dejar todo atrás y emprender un viaje a lo desconocido.
Lo importante, amigos, es que cuando vayan a emigrar lo hagan pensando en que ese sitio al que se van es «el mejor del mundo», en que allí vivirán felices por siempre y esa será su morada final, su «destino mágico», porque si lo hacen pensando en devolverse, nunca serán felices; porque nunca estarán a gusto en ese lugar.
Siempre, sin importar nada, piensen en el país al que emigraron como el mejor sitio del mundo, eso les ayudará mucho en la integración y la adaptación. En mi caso, en algún momento Panamá fue el mejor sitio del mundo hasta que me di cuenta que podía optar a algo aún mejor. Ahora, que estoy en Madrid, considero que esta es la mejor y más maravillosa ciudad del mundo… ¿irá a cambiar esa percepción? No lo sé, sólo el tiempo lo dirá. Lo único relevante es el ahora y que, en este momento, soy feliz en Madrid.
Enrique Vásquez
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