Emigrar no es mudarse. Emigrar es un «proceso global», un cambio completo de tu vida. Emigrar es dar un salto hacia lo desconocido, llegar a un lugar donde la gente tiene costumbres diferentes, con una cultura distinta, reglas propias e incluso maneras de hablar que te resultarán ajenas.
Al emigrar es imprescindible que dejes en tu país todas las posiciones conflictivas, actitudes reaccionarias, traumas sociales, problemas de personalidad o necesidad de criticar que pudieras tener porque, como me dijo alguien una vez, «sólo tu familia se aguanta tus malcriadeces. En la calle nadie tiene por qué tolerarlas». Como inmigrante creo que lo mismo ocurre fuera de tu país. No importa quien eras allá en tu patria, al llegar con tu maleta cargada de sueños a otra nación no eres ninguna celebridad; eres simplemente «otro extranjero más» que debe ganarse su ascenso en la «escala social» con mucho esfuerzo y dedicación.
Si tomaste la decisión de vivir fuera de tu país debes recordar que, al ser inmigrante, te toca adaptarte a las costumbres, cultura y especialmente reglas del lugar al que llegas. Bajo ningún concepto puedes pretender que lo que consigues se ajuste a ti. Es tu deber aceptar que todo será diferente: el sabor de la comida, los horarios de trabajo, la moneda, los precios, los regionalismos, la historia y, sobre todo, la forma de ser de los nacionales pues esa es SU tierra y, una vez que lo asumas con madurez y humildad, el proceso de adaptación a tu nuevo hogar será mucho más fácil.
Si estás viviendo más allá de las fronteras del país que te vio crecer, seguramente fue porque en algún momento decidiste que podías forjarte un mejor futuro y disfrutar una mejor calidad de vida. Obviamente, todo tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero se supone que si te fuiste es porque las cosas buenas del país que te recibe son más que las cosas buenas del país que dejas.
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El inmigrante lleva consigo una pesada carga que no tenía en su tierra. Cuando estás en tu país eres simplemente una persona más. Por ejemplo, si manejas como un loco o si cometes un crimen, eres tú (como individuo) quien responde ante la ley y ante la opinión pública. Ahora bien, cuando estás en otro país quizás respondas ante la ley como individuo pero, con respecto a la opinión pública, es tu nacionalidad la que se verá afectada.
Me explico, no va a ser «Pedro Pérez» quién se puso a gritarle a la cajera en el supermercado. En ese caso (suponiendo que seas venezolano) fue «un venezolano» el que ofendió a la joven. Por eso la idea de «dejar en alto» el nombre de nuestro país de origen no se trata solamente de ganar medallas deportivas o liderar competencias de talento; sino de demostrar nuestra educación, valores y actitud positiva, correcta y responsable ante la vida, a través de los pequeños detalles que «hablan bien» de nuestra manera de ser como sociedad.
Así que por favor, antes de hablar o actuar de una manera que pudiera ser reprochable, piensa si realmente quieres dañar tu gentilicio, tu país y a todos tus compatriotas con lo que digas o hagas. A veces, en un momento de ira o ímpetu, se pueden cometer errores que luego resultan imposibles de reparar. Estoy seguro que existen cientos de maneras, mucho más decentes, inteligentes y efectivas de exponer tus puntos de vista y hacer valer tus derechos, sin caer en vociferaciones, insultos, groserías y otros recursos que no hacen sino invalidar tu posición.
Obviamente, es posible que no te guste el país al que te fuiste o que no te gusten sus nacionales, eso no tiene nada de malo ya que cada persona es distinta y tiene sus preferencias pero, si ese es tu caso, en vez de criticar, burlarte, malponer, minimizar o hacer cualquier cosa que dañe la imagen de tus compatriotas, es preferible que agarres tus cosas y te vayas a un sitio que sí te guste, con gente que sí te guste y donde te sientas completamente feliz sin reaccionar negativamente hacia todo lo que te rodea.
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Enrique Vásquez
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