Si son seguidores de este blog, sabrán que el pasado martes 19 de julio llegué a Madrid con la intención de iniciar una nueva aventura migratoria. En esta oportunidad, mi esposa y yo seguimos la máxima que dice: «No esperes resultados diferentes si siempre haces lo mismo», así que decimos hacer las cosas de forma totalmente distinta respecto a cuándo emigramos a Panamá.
El primero de esos cambios es que me vine solo, ya que en esta oportunidad nuestras finanzas están más reducidas; porque, para ser sincero, Panamá se chupó muchos de nuestros ahorros y nos dejó económicamente en una situación muy precaria. Pero eso no nos quita el entusiasmo porque, cómo siempre he dicho, el éxito no consiste en mantenerse de pie sino en volver a levantarse cada vez que te caes.
Llegué a Madrid a casa de una gran amiga y su esposa. Él es madrileño de pura cepa y ella venezolana-española. Me dieron espacio en la sala de su piso, así que estoy durmiendo en el sofá (extremadamente cómodo, por cierto) con mis maletas en la mesa del comedor y sintiendo que estoy alterando su ritmo de vida a pesar de que ellos, con mucho cariño, me dicen que no es así y que puedo quedarme el tiempo que necesite.
Tienen dos hermosos perros, un viejito de 14 años que padece ceguera y diabetes, situación que no le impidió embarazar a la hembra de dos años, que parió seis cachorros un par de semanas antes de mi llegada y que, por cuestiones de espacio, son mis compañeros en la sala del apartamento, ahora convertida en albergue humanitario para este inmigrante que llegó de América y, al mismo tiempo, guardería canina para los cachorros.
Estos tres días han sido para adaptarme al intenso calor del verano madrileño, que es un calor extremadamente seco (en sus momentos de mayor intensidad se siente como si estuvieras caminando encima de unas brasas o que justo debajo del piso hubiera un horno encendido). Ni en Venezuela ni en Panamá sentí jamás algo parecido, es como si las puertas del infierno se hubiesen abierto de par en par y dejado salir lo más intenso de los fuegos del inframundo.
También he aprovechado para sacar la tarjeta de transporte de Madrid, pedir la cita para empadronarme, buscar donde vivir (este es otro tema del que les hablaré pronto, ya que luego de la crisis, están muy estrictos para alquilarte) y comenzar a pensar en las opciones laborales.
Entre el 15 de julio y el 1ro de septiembre, Madrid «se vacía», ya que por el verano la gente se va de vacaciones, las empresas cierran y las oficinas públicas trabajan a media marcha, así que estoy seguro que conseguir algún buen empleo por estos días no es fácil, por lo que seguiré estirando el poquísimo dinero que traje lo más que pueda hasta que logre comenzar a producir algo.
Algo que sí he podido hacer (y disfrutar mucho) es caminar todo lo que pueda (unos 10 a 12 km diarios), especialmente en horas de la mañana (antes de la 1pm) para así ir «espabilando» el cuerpo y tener más resistencia física porque la verdad es que dudo que, al menos al principio, consiga algún trabajo en mi área y sé que lo más seguro es que me toque algo en el área de restauración, o sea, camarero/mesonero o detrás de la barra de algún bar; actividades que son físicamente muy exigentes y más para alguien como yo que prefiero comer y beber antes que caminar y correr.
Mientras tanto seguiré recorriendo Madrid, viendo pisos en alquiler, buscando algo en qué trabajar, extrañando a mi esposa y pensando que en esta oportunidad las cosas sí nos saldrán bien porque, la verdad, en la situación que se encuentra Venezuela devolverse no es una opción, por lo que toca hacer cosas que nunca pensamos fueran necesarias o que nos tocaría hacer nuevamente, pero que sabemos son temporales y necesarias para esta nueva experiencia migratoria.
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Enrique Vásquez
Recuerda, mi nombre es Enrique Vásquez y soy abogado de extranjería estudiado y colegiado en España, para información migratoria escríbenos a www.yoemigro.com/contactanos.
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