Desde que comenzó la ola emigratoria en Venezuela –país que tradicionalmente era de inmigrantes– los ánimos se han ido caldeando poco a poco. Muchas veces hay cruce de palabras, opiniones y hasta insultos entre los que se fueron y los que se quedaron. Cada uno dice que su decisión fue la correcta y, cuando menos, acusa al otro de miedoso, cobarde o hasta de estar regalando el país a los “comunistas”.
Desde mi humilde punto de vista creo que, en Venezuela, ambas posiciones (la de irse o la de quedarse) son totalmente válidas y difíciles de asumir.
Fíjense, emigrar no es nada fácil; es enfrentarse a una sociedad extraña, con leyes distintas, cultura desconocida en la que la mayoría de las veces te costará mucho adaptarte, entenderla y hasta conseguir el sustento diario.
Estar lejos significa tener que comer alimentos con sabores distintos a los que conoces, hablar en un idioma nuevo y si por casualidad te vas a un país de habla hispana igual te sentirás extraño, porque el español tiene la característica de que, de acuerdo a la región en la que te encuentres, las cosas se llaman por nombres distintos, Así que no importa que tan buen léxico tengas en tu país, te tocará aprender de nuevo. Por ejemplo, lo que en Venezuela se llama “pitillo”, en Panamá se conoce como “carrizo” y en España es una “pajita”. Cosa similar ocurre con “dar la cola”, que se traduce en “dar el bote” en Panamá.
También el clima es otra cosa, no importa si te vas a un país tropical, será distinto a lo que conoces y, si por el contrario, emigras a una nación en la que hay cuatro estaciones, te aseguro que en verano te derretirás del calor y en invierno morirás de frío; eso sin contar con las diferentes maneras en que tu organismo se verá afectado por esos cambios de temperatura a los que no estamos acostumbrados en Venezuela.
Muchas veces, por desesperación, la gente emigra sin tener los recursos necesarios para asegurar su subsistencia básica en el país de destino e incluso una gran cantidad de venezolanos, por la misma razón antes mencionada, se van a países en los que no tienen posibilidades de obtener sus permisos de residencia y trabajo y se quedan trabajando ilegales lo que conlleva a que las, ya normales, dificultades para conseguir empleo de calidad o incluso para simplemente obtener un trabajo se incrementan exponencialmente, llevándolos a límites extremos de necesidades económicas, o sea, consiguen sólo lo justo para pagarse una habitación, transporte y comida (pero lo básico, vegetales y quizás un poco de carne o pollo algunas veces).
No se crean que los que estamos legales la tenemos más fácil. Conseguir trabajo no siempre es sencillo, obtener un buen salario al principio es casi una utopía, por lo que, al menos los primeros dos o tres años, el emigrante no vive, simplemente sobrevive pero lo hace porque tiene la certeza de que el futuro será mejor y que con su esfuerzo y trabajo podrá salir adelante (cosa que casi siempre es cierta).
Más allá de lo anterior te toca luchar con la nostalgia, el extrañar tu familia, tus costumbres, tu idioma, tu comida y aunque no lo creas hasta echas de menos la forma en que se seca la ropa luego de lavarla, y si a eso le sumamos que te estresa y te preocupa sobremanera saber que tu familia está aún en Venezuela, sufriendo las calamidades y la terrible situación en que se encuentra el país, verás que emigrar es bien difícil.
Y el que emigra no deja de ser venezolano ni deja de amar a su gente, sus playas, sus ríos, montañas ni aquello bonito que deja atrás. El que emigra tiene sus razones y, sean cuales sean, deben ser respetadas. Como el resto de sus compatriotas tiene el derecho de emitir su opinión del país y de la sociedad que está dejando atrás, sea buena o sea mala, y no creo que deba ser recriminado por ello, ya que si decidió lanzarse a esa aventura tan llena de escollos no fue porque lo nuevo sea peor que lo que deja atrás. Algo tuvo que pasar para que lo hiciera.
Por otro lado, el que se queda tampoco la tiene fácil. Actualmente vivir en un país como Venezuela no es nada sencillo. Lidiar con la inseguridad, la escasez, el desempleo, las mafias, los problemas con los servicios públicos, la ineficiencia gubernamental, el caótico estado en que se encuentran todas las infraestructuras del país, es algo bien complejo.
No voy a mencionar las posibles razones que llevan a alguien a decidir quedarse, pero al igual que pido respeto para el que se va, hago lo propio para el que se queda, es su derecho hacerlo aunque la situación esté fea allá.
No es posible criticar a una persona que diga que se queda en Venezuela, tampoco podemos juzgarle por hacer una cola para comprar comida, medicinas, pañales o una batería para el carro, porque, cuando toca, toca, y de una forma u otra, son muy pocos los venezolanos que se han salvado de tener que sufrir ese suplicio.
Todos los venezolanos, estemos dentro o fuera del país, tenemos que apoyarnos, respetarnos, entendernos y valorarnos. Lo último que debemos hacer es criticar al que se quedó o menospreciar al que se fue, mucho menos impedirle a unos o a otros opinar sobre su Patria porque, como siempre he dicho, mientras tenga mi cédula de identidad venezolana me siento con el derecho de decir lo que pienso y con el deber de respetar a mis compatriotas de bien.
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Enrique Vásquez
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