Conocí Tenerife y descubrí todo lo que nuestra Venezuela podría ser

Conocí Tenerife y descubrí todo lo que nuestra Venezuela podría ser

La ida

Esta es la aeronave más incómoda en la que me he montado en mi vida. Los asientos son inhumanamente pequeños, el respaldo no se mueve (está siempre vertical) y el espacio con el delantero es mínimo a diferencia de las expectativas… no puedo creer que por fin voy a conocer Canarias.

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Mientras escribo estas líneas, faltando aproximadamente hora y media para que termine el vuelo Madrid–Tenerife por Ryanair, me doy cuenta que una de las ventajas que me traería bajar de peso (entre muchas otras) sería poder sobrellevar mejor estos viajes en los que vamos «como sardinas en lata».

Claro que, como dicen en mi tierra, «sarna con gusto no pica, y si pica no mortifica»; y la verdad es que el precio del billete es un elemento clave para que aceptes viajar en esta especie de «gallinero con alas» en el que no te dan ni agua a bordo y los precios del menú no son precisamente solidarios. Por ejemplo, una cerveza de lata cuesta 5€ y un café 3€.

No obstante, hay que reconocer que el substancial ahorro que implica viajar por una aerolínea «low cost» ha permitido que el turismo interno en la Unión Europea sea muy alto; ya que hay tarifas que son simplemente ilógicas, como una que vi el otro día: Madrid–Toulouse por sólo 16€ ida y vuelta.

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Sobre este vuelo puedo contarles que el embarque en Barajas fue muy rápido y eficiente, y el avión salió exactamente a su hora. Por dentro la aeronave está en perfecto estado de limpieza y orden. Las azafatas, todas muy jóvenes, fueron siempre amables y profesionales.

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En nuestro equipaje de mano teníamos unos bocadillos de jamón y queso, pues salimos de casa tan temprano que no tuvimos tiempo de desayunar; y en área de embarque había comprado una botella de agua por 2,60€. Ahora que lo pienso, seguro estaría bien acompañarlos con un café, pero ¿tres euros por un café?

Me llama la atención que las aeromozas han pasado ya dos veces ofreciendo desayunos y no recuerdo haber visto a nadie comprando algo. Así que me surge la duda ¿qué porcentaje de pasajeros, en promedio, compra comida durante un vuelo de tres horas como lo es Madrid–Tenerife?

También anunciaron que pasarían vendiendo los productos del Duty-Free, como licores, relojes, accesorios y otras cosas con un descuento «sólo por hoy» de un 10 por ciento. Mencionaron algo sobre un perfume Carolina Herrera para caballeros en 30€ pero, aunque la oferta se escuchaba tentadora, decidí hacer caso omiso. La verdad es que no he venido de compras sino de paseo, y con la intención de gastar lo menos posible.

Acaban de informar sobre la venta de unos billetes de lotería por sólo dos euros, con los que aparentemente es posible ganar con sólo rasparlos. El premio máximo es de un millón de euros. Es increíble como este avión se convierte en una especie de «mercadillo persa» con muchísimas opciones para que gastes dinero adicional. Imagino que parte de los ingresos de la aerolínea provienen de esos negocios derivados durante el vuelo.

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Falta una hora de vuelo y en el avión, que va prácticamente lleno, la gente no para de caminar hacia el baño, hay niños jugando con dispositivos electrónicos y decenas de conversaciones al mismo tiempo. Mientras tanto, María José duerme a mi lado como si nada. Por el altavoz ofrecen nuevamente el desayuno y retomo el pensamiento recurrente sobre el café. Quizás es por eso que lo pasan vendiendo tantas veces… ¡para que te decidas!

De vuelta a casa

Seis días después de haber escrito la primera parte de este post, voy en el en el avión de regreso escribiendo las reflexiones de lo que sentí luego de visitar la maravillosa e increíble isla de Tenerife.

Haber conocido la tierra de mi familia materna, más allá de haber servido para encontrarme con mis raíces, me dio la oportunidad de disfrutar nuevamente, esta vez fuera de casa, los sabores y olores de mi infancia. Durante este viaje comprendí que esos rosquetes, las «truchas» de batata, las papas arrugadas o ese mojito que siempre hizo mi abuela (como cosa normal de cualquier día) son la carta de presentación de la gastronomía típica canaria, apreciada por turistas de todo el mundo que visitan el archipiélago.

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Por fin pude conocer el famoso Teide, el mercado de Nuestra Señora de África, el puerto desde el que mis abuelos se embarcaron rumbo a la «octava isla» en busca de un futuro mejor. Recorrí también la calle en la que creció mi madre, ubicada junto al famoso barranco del que tanto he escuchado hablar desde que era niño. Han sido días que siempre recordaré con especial cariño, pues esta ha sido una experiencia increíble a nivel personal y espiritual.

En este punto me gustaría volver a lo terrenal y compartir algunas reflexiones sobre la situación actual de Venezuela, que surgieron a partir de este corto pero significativo viaje. Pues, sin importar cuán lejos estemos geográficamente del país, es un tema que afecta a todos los que hemos nacido o crecido en esa tierra que, hasta no hace muchos años, era una referencia de crecimiento y prosperidad en el mundo.

Haber estado en Tenerife me hizo click de una manera inesperada. Su parecido con nuestro país, las semejanzas en la forma de ser del tinerfeño y el venezolano y el hecho de que esta isla se parezca más a la patria de Bolívar que a la península ibérica; me llevó a establecer más comparaciones de las que quisiera haber hecho.

Por un lado, sentí que Tenerife es una especie de «pequeña Venezuela». Si bien la isla tan sólo tiene 2.034 kmversus los más de 946.000 que tiene el país en el que nací; lo poco que la recorrí me llevó a darme de cuenta de algo increíble: En «la mayor de las Canarias» es posible encontrar casi cualquier clima, desde playas con arena dorada, con arena negra, playas rocosas, desierto, zonas templadas, áreas calurosas, también hay sitios que perfectamente podrían confundirse con selvas tropicales y hasta un gran e impresionante volcán llamado Teide que, desde el centro y, al mejor estilo de un gigante amenazante y fiero, puede ser visto desde casi todos los rincones de la isla.

Fue una sensación agridulce ver como esta pequeña isla, tan alejada geográficamente del territorio peninsular del país al que pertenece; tiene una impresionante infraestructura capaz de albergar millones de personas que viven y vienen de visita cada mes, una red de autopistas en perfecto estado, dos aeropuertos internacionales de los que salen y entran decenas de vuelos cada día, miles de coches de alquiler circulando por sus carreteras, cientos de habitaciones de hotel de todos los precios, tipos y colores; supermercados gigantescos (más que los de la misma Madrid) y muchísimos centros comerciales de todos los tamaños.

¿Agridulce por qué? Pues porque es impresionante cómo se han evolucionado estas islas desde lo que me cuenta mi abuela que eran hace 60 años; hasta lo que son hoy en día. Obviamente no es un lugar perfecto, pero en Tenerife los habitantes y los visitantes tienen seguridad personal, centros de salud dotados y en buen estado, acceso a los alimentos, una vialidad excelente con información abundante y, quizás lo más importante, una vida tranquila. Pero por el otro lado también es doloroso darse cuenta que, teniendo incluso más oportunidades, más recursos y más opciones, Venezuela no pueda en estos momentos ofrecerle lo mismo a los propios venezolanos, mucho menos a los turistas.

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La isla puede claramente dividirse en dos partes bien diferenciadas. La región norte de la isla es más tradicional, más canaria por así decirlo; con sus barrios residenciales de toda la vida, sus carreteras más humildes, pueblos ancestrales y paisajes impresionantes, por los contrastes entre la montaña y el mar infinito que invita a dejarse llevar por la lejanía e intentar divisar dónde termina el azul profundo del agua y comienza el azul celeste del cielo.

Hacia el sur se nota el cambio. Aquello es otra cosa. Es como estar en Miami Beach, remodelado, más moderno y lleno de británicos, holandeses y alemanes. En esta parte todo parece estar más ordenado, con un sol que me recordó a Margarita en agosto, perfectamente limpio y, eso sí, con prácticamente todos los avisos y letreros en inglés. Por un momento, si te dejas llevar, te olvidas que estás en España.

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Lo triste es que Venezuela tiene las bellezas naturales suficientes para hacer algo como lo que es Tenerife hoy en día, pero mucho más grande y generador de riquezas. Si las políticas socialistas y comunistas no hubieran hundido al país en la violencia, el hambre y la anarquía; nuestro país podría ser uno de los principales destinos turísticos del mundo, pero lamentablemente eso jamás lo hemos logrado. A quienes piensan que en la Venezuela de los 70 y 80’s teníamos eso, déjenme decirles que nada más lejos de la realidad. Jamás tuvimos la infraestructura que se necesita para eso, en algún momento íbamos en vías de lograrlo, pero a partir de los años 80s, todo se comenzó a frenar para retroceder en los últimos lustros.

También es importante que exista vocación de servicio y formación académica que la respalde, oriente y promueva; para que a todo nivel se entienda que un turista no es aquel que visita un lugar una sola vez, sino el que regresa porque no solo disfruto de un paisaje, sino de toda una experiencia que incluye sentirse bien atendido.

No tienen idea de cuántas veces vi en las playas de Anzoátegui, Sucre o Nueva Esparta a los vendedores de ostras decir cosas como: «cóbrale bien caro, sácale los reales que ese tiene dólares» cuando veían a un norteamericano o alguien que, por su aspecto físico o atuendo, ellos «calculaban» que era extranjero.

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Admiré la belleza del Atlántico, del Teide y las montañas canarias; y recordé las turquesas aguas del Caribe rodeando la isla de Margarita; los paraísos de arenas blancas y tibias aguas cristalinas en los Roques, Morrocoy o Mochima; imaginé lo que podrían haber sido Canaima, Sierra Nevada o el Delta del Orinoco.

No puedo dejar de pensar como el mundo entero está perdiendo hoy en día la oportunidad de conocer y disfrutar los paisajes de Venezuela, uno de los países con más posibilidades pero, al mismo tiempo, con menos infraestructura, servicios o garantías mínimas de salir con vida.

En Tenerife vi una maqueta de lo que podría ser el país en el que crecí, si hubiese un gobierno serio y con políticas claras respecto al turismo, la formación ciudadana, la inversión privada, o los Derechos Humanos. Si hubiésemos tenido un gobierno que defendiera la apertura económica y garantizara la seguridad personal y jurídica, y una infraestructura de primer mundo, con complejos hoteleros, autopistas, vialidad, suministro confiable de agua, electricidad y otros tipos de energía, playas limpias y con altos controles de calidad para evitar la contaminación.

Hasta que no conocí Tenerife, no me di cuenta de lo mal que está Venezuela (especialmente en el aspecto turístico), porque caí en cuenta de todo lo que realmente pudo ser y no ha sido, al menos hasta ahora. Como decía Samuel Johnson, «viajar sirve para ajustar la imaginación a la realidad, y para ver las cosas como son en vez de pensar cómo serán».

En esta oportunidad, mientras plasmaba estas letras, sí compramos un café en el avión y aproveché también para comprarme un perfume en 20€ que en la calle cuesta al menos 35. También me percaté, ahora sí, varias personas compraron desayuno en el vuelo Tenerife–Madrid. Resulta que, después de todo, la comida sí se vende en estos vuelos.

Enrique Vásquez

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