Como ya he escrito en otros artículos, emigrar no es simplemente comprar un boleto de avión (barco, tren, bus), hacer la maleta, coger un poco de dinero e irte a vivir a otro lado. Emigrar es un cambio radical de vida, que implica comenzar desde cero, dejar atrás todo lo que conocías para iniciarte en un sitio extraño, con gente que habla distinto a ti, donde las cosas funcionan diferente, en el que no conoces a nadie y en el que nadie te conoce a ti.
Quizás algunas ideas que expondré en este artículo pueden resultar repetitivas para quienes tienen tiempo leyéndome, pero he observado que muchas veces se siguen cometiendo errores que al final ocasionan decepciones y tristezas, que bien podrían evitarse si tenemos desde el principio una actitud positiva y adecuada a nuestra condición de inmigrantes. Por eso hoy me permito ser reiterativo; esperando seguir poniendo mi granito de arena para ayudar a otros que, como yo, recorrieron o están por recorrer ese camino tan difícil, pero a la vez tan lleno de esperanzas; hacia un nuevo país, una nueva cultura, una nueva vida.
Cuando eres inmigrante (y fíjense que aquí ya cambié de “emigrar” a “inmigrar” porque, al salir de tu país eres un emigrante pero al llegar a la nueva nación, la que te abre las puertas para que continúes con tu vida en un sitio mejor; siempre serás un inmigrante) interactúas con el país que te recibe de una manera muy distinta a la de un turista, incluso si eres “turista a largo plazo”.
Me explico, el que emigra con mentalidad de turista no se preocupa por el dinero pues cree que el dinero nunca se le va a acabar, además, como siente que está «de paseo» no ahorra en servicios públicos, espera que todo el mundo lo sirva y se desviva por él, se va de shopping y gasta ingentes sumas de dinero en artículos que probablemente no necesite, va al casino y acaba con la tarjeta de crédito, no se preocupa por tener que ir trabajar, busca el carro más grande y costoso que pueda pagar, vive alquilado en un apartamento de lujo y tiene por lo menos tres señoras de servicio y sale todos los días a comer en los mejores restaurantes; mientras se la pasa diciendo en todos lados y a todo pulmón que su país es lo mejor, que todo lo demás no sirve y menosprecia y despotrica de los locales. Lamentablemente, así parece que les ha sucedido a muchos venezolanos en Panamá.
A menos que gane muchísimo dinero sin trabajar, lo más probable es que en el corto plazo esa persona se quede sin fortuna y se devuelva a su país diciendo cosas como: “Panamá no es lo que me dijeron que era”, “ni se les ocurra emigrar a Panamá, yo lo hice y quebré”, “los panameños lo tratan malísimo a uno” y otras cosas por el estilo que, hay que aclarar, son 100% FALSAS.
Antes de que salgan los «conflictivos de oficio» a decirme que yo lo que hago es hablar mal de los venezolanos, pues, les digo, no estoy generalizando. Sé que hay muchos inmigrantes respetuosos y optimistas, se han adaptado y tratan con respeto y humildad a la tierra que los acogió mientras se enfocan en lo positivo; pero me ha tocado muy de cerca comprobar que hay algunos que dejan muy mal parado el gentilicio venezolano y que nos han creado una mala fama que debemos, entre todos, cambiar, y la mejor manera de hacerlo es demostrando que no somos esos seres bocones, maleducados, prepotentes y sobrados que dicen que somos.
Este país está lleno de oportunidades, pero usted tiene que trabajar para conquistar sus sueños. Desde que usted sale de Venezuela hacia donde sea que haya decidido irse, tiene que actuar “derechito” pues, si mal no recuerdo, la poca seriedad de nuestro accionar como ciudadanos (más que como simples habitantes) y el exceso de flexibilidad y la “viveza criolla” que se promueve a todo nivel, fue lo que (al final del cuento) destruyó ese país que ya no existe y de cuyos vestigios usted quiso o quiere salir corriendo.
El inmigrante es alguien que llega a un país extraño a trabajar, ahorrar, aprender, ayudar, contribuir y, finalmente, formar parte de esa nueva cultura. Es uno, el recién llegado, el que debe necesariamente dejar el ego, el orgullo, ser respetuoso, pedir disculpas cuando se le va la mano con la actitud y entender que, sea como sea el país al que llegas, ningún invitado es quien para criticar la casa ajena donde lo reciben.
El que se va de su tierra a echar raíces en otro lado debe recordar siempre de dónde viene, pero en el sentido proactivo de las cosas. Es decir, tiene que acordarse del por qué emigro, realizar una introspección y ver en qué se pudo haber fallado como individuo y como sociedad, para no cometer los mismos errores en el sitio al que llegan. Debe tener claro que allá está su pasado, pero aquí su futuro.
Entonces, el inmigrante tiene que romper el cordón umbilical con su patria. Necesita entender que su país no es “el mejor” (solo porque sí, porque así quiere creerlo y sin argumentos más allá del sentimiento) y cerrarse a la posibilidad de disfrutar las cosas buenas que abundan en otras partes del mundo. Si su país fuera “el mejor” y ya, sin la necesaria reflexión de por medio, no se hubiese visto en la necesidad de irse. ¿No cree? Además, el mejor país del mundo es algo así como “el amor de tu vida”, cada quien tiene el suyo y por razones muy distintas. Porque la verdad, es que nadie abandona algo que es maravilloso.
En todo caso, el inmigrante tiene que aceptar que las cosas son distintas, los sabores son otros, los olores también; necesita aprender a incorporar en su vida esos sabores, olores, acentos, estilos, culturas y modos de vida porque si está aquí, pero queriendo hacer todo como se hacía allá, se hace daño a sí mismo y al país que lo acogió. El inmigrante, el verdadero inmigrante, quien lo ha asimilado en toda su magnitud; entiende que para poder tener éxito debe ver hacia adelante y no quedarse estancado mirando hacia atrás.
Mirar hacia adelante significa abrazar este nuevo país y sus costumbres. Si no puede hacerlo estará condenado al fracaso y no podrá ser feliz. Y, al final del camino, emigrar se trata de eso, de ser feliz. Le pondrán muchos nombres, como huir de la inseguridad, desempleo, escasez, política, etc. pero la gente siempre emigra buscando una sola cosa: ¡Felicidad!, y muchas veces no la consigue porque se auto sabotea anclándose al pasado y a lo que dejó atrás.
Acepta tu nueva vida, abraza a tu nuevo país, acepta tu nueva realidad, hazla tuya, vívela, quiérela, ámala y podrás tomar (con éxito) la decisión de ser feliz.
Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.
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Enrique Vásquez
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