Cuando llega el momento de aceptar que no volverás - Enrique Vásquez

Cuando llega el momento de aceptar que no volverás

Muchos venezolanos emigran con la esperanza de regresar a su tierra algún día. Incluso hay quienes asumen la migración como un proceso transitorio mientras logran un objetivo específico como terminar estudios, alcanzar un puesto de trabajo o garantizar la seguridad de la familia mientras la situación del país mejora. En mi caso personal, me fui con el sueño de volver de visita a mi país muchas veces, para terminar de recorrer sus caminos y conocer finalmente todos sus paisajes. playa-mansa-lecheria

Playa Mansa – Lechería

Sin embargo, en más casos de los que queremos aceptar, un buen día miramos a nuestro alrededor y entendemos que no vamos a volver. Hasta para alguien tan pragmático como yo, es estremecedor asumir que muy probablemente no veré de nuevo esa tierra que me vio nacer y crecer. Cuando esta nueva percepción de la realidad nos sorprende, y se apodera de nuestras emociones, sentimos un baño de agua fría. Hay tantas cosas que dejamos pendientes, tantos recuerdos que no cabían en la maleta y tantos sabores que añoramos volver a probar; que tenemos la impresión de que nos fueron arrebatados.

Es muy duro aceptar que, sin importar cuantas veces lo hayas dicho «de la boca para afuera», en esta oportunidad lo sientes dentro de tu corazón. Piensas que devolverte sería sumergirte en el caos, enfrentarte a la falta de medicinas, de comida, de repuestos, de dignidad. Te das cuenta de que no estás dispuesto, por voluntad propia, a vivir en un lugar donde el transporte público no sirve, los hospitales no funcionan, los servicios públicos son mediocres, el internet es lento y la inseguridad es incontrolable; pues solo imaginar el escenario genera una ansiedad terrible.

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Este es Churchill

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Claro que en el fondo quiero ir y son muchas las razones, especialmente las emocionales. Quiero ver a mi familia, abrazar a mi abuela, a mi papá y a mi cocker spaniel de nombre Churchill (que en diciembre cumplirá 11 años). Además, quiero bañarme de nuevo en las playas de Mochima, tomarme una chicha Don Ramón, comerme unos aguacates o unos mangos de las matas que tiene mi papá en su casa. Ni hablar de las diligencias bancarias y legales pendientes.

Pero la verdad es que, por más que desee coger un avión y pasar un mes por allá, ahora mismo el miedo puede más. No dejo de pensar que después de entrar, por alguna vaina incomprensible que se invente el gobierno, resulte que después no pueda salir. Como Venezuela es el territorio de lo absurdo, no me extrañaría que inventaran una ley que prohíba los vuelos a países que no sean comunistas, o que impongan requisitos imposibles un día antes de mi vuelo de regreso, ¿cómo saberlo? Por si fuera poco, los testimonios de personas a quienes anulan sus pasaportes en el aeropuerto, o que son amedrentados por los guardias, o terminan secuestrados; no me llenan precisamente de ilusión.

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Cuajao de Cazón de El Moroco en Lechería

Ahora mismo no estoy preparado para regresar. La ilusión de conocer Los Roques o la Gran Sabana, por ejemplo, en el mejor de los casos tendrá que esperar bastante. Llegó el momento de aceptar que, al menos por ahora, no volveré. De cualquier manera, esa Venezuela que fue, y que puede volver a ser, también está presente en cada venezolano que he conocido más allá de sus fronteras. Cuando conozco sus historias, cuando los veo luchar para conquistar sus sueños y soy testigo de sus logros; me siento un poco más cerca de Mochima, del Ávila y del puente sobre el lago; sé, que aunque esté lejos y que quizás más nunca vuelva a pisar mi tierra, su esencia, lo bueno de nuestro país está ahora en cada rincón de este planeta y en cualquier lado que vayas y escuches un “chamo” a lo lejos, sabrás que más cerca de lo que crees hay alguien que también piensa en empanadas con salsa de ajo acompañadas de malta, un cuajao en semana santa (como el de la foto) o una buena cachapa con queso e’mano y cochino frito… Y eso, hace que no te sientas tan sólo en el mundo.

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Empanada de Pabellón con Maltín Polar (esto fue en Venezuela antes de venirme a España)

Enrique Vásquez