Emigrar y dejar la mitad del corazón en la patria

Emigrar y dejar la mitad del corazón en la patria

Una gran cantidad de venezolanos se encuentra actualmente con su alma partida en dos, con el corazón vuelto añicos y demostrando el valor, la fortaleza y la entereza de la que estamos hechos.

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Cada emigrante forzoso que se ha ido a otro país, ha dejado en Venezuela familiares, amigos, historias, logros y recuerdos; y se lleva consigo la angustia, ansiedad, tristeza y dolor permanente de pensar en los seres queridos que tuvieron que quedarse y siguen padeciendo la destrucción sistemática del país, arrasado por una gran avalancha roja que acaba con todo a su paso.

En la mayoría de los casos el venezolano emigra, llega a otro país, comienza a vivir con muchas carencias al principio y administra con criterio de escasez hasta el último dólar o euro; pero con media sensación de tranquilidad, media sensación de salir a la calle sin miedo a que lo maten, media sensación de ir al supermercado y conseguir todos los productos… Y digo «media» porque la otra mitad de sus emociones se quedaron en Venezuela, junto a su mamá, su papá, sus hermanos, sobrinos, abuelos, tíos y primos que sufren los embates de la inseguridad, la escasez, los cortes de luz, la falta de agua, el smog, la mega inflación y todo lo que significa vivir en Venezuela en este momento.

Por más que trates de ser de piedra, es imposible no preocuparse. No puedes sacarte de la cabeza la idea de querer sacarlos a todos de ese desastre, aunque en el fondo sabes que no vas a poder; y te atormenta la idea de que su situación no deje de empeorar día tras día sin que puedas estar cerca para acompañarlos en las dificultades.

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La sensación de tristeza, dolor e impotencia está allí, latente y viva como brasas que te queman. Es como un despecho pero peor; porque el verdadero drama reaparece todos los días al enterarte de cada nueva «ratada» que hace el gobierno contra los que aún están en Venezuela; se aviva en cada conversación por teléfono, por whatsapp o Skype cuando te dicen que no consiguen la medicina, que el queso o el cartón de huevos subió de precio nuevamente; que al carro se le dañó la batería los cauchos o que necesitan un repuesto que tampoco se consigue; que aumentaron el racionamiento eléctrico de dos a cuatros horas diarias; que el agua llega sólo 10 minutos al día y que tu mamá, de 70 años, tiene que cargar tobos para llenar el pipote y que, por uno de esos apagones inesperados el día anterior se quedó encerrada en el ascensor ya que vive en un piso 11, mientras tú, con todo y las carencias; estás mejor, consideras que el sitio donde vives es “normal”, pero también te sientes mal y culpable de haber abandonado y dejado a su suerte a tus seres queridos en esa locura llamada Venezuela.

Al final, lo que debemos entender es que la situación es difícil para todos y que uno emigra buscando algo mejor, que al final tienes que pensar en ti y en tus hijos, que tus padres eventualmente los ayudarás siempre y cuando ellos quieran dejarse ayudar, porque algunos pondrán de su parte para ver cómo consiguen la forma de irse, siendo tú un trampolín o una ayuda momentánea, pero que también hay algunos que simplemente están negados a irse y que no importa lo que hagas o lo que les digas, ellos no quieren moverse, no desean emigrar.

En ese caso, no hay nada que puedas hacer, procura quererlos, apreciarlos, ayudarlos dentro de lo que puedas, pero recuerda, al final, es su decisión (de ellos) y debes respetarla.

Tu corazón siempre, por el resto de tu vida estará dividido en dos, pero recuerda, lo más importante de tu vida eres tú, porque si tú no estás bien, no podrás ayudar a los tuyos, así que, a levantar esos ánimos, y seguir adelante en la búsqueda de tú felicidad y del logro de tus sueños.