La verdad sobre las salchichas de Panamá (en serio)

La verdad sobre las salchichas de Panamá (con chinazo y todo)

Este es un post que estaba por escribir desde hace tiempo. Aunque pueda dar lugar a burlas y chistes de doble sentido, trataré de afrontarlo y explicarlo con la seriedad que merece pues, como ya se darán cuenta más adelante, cuando me sucedió el episodio que narraré a continuación con una salchicha panameña (valga el chinazo jajajajaja), no fue nada divertido.

Para comenzar, lo primero es llamar a las cosas por su nombre. Como estoy en suelo panameño no puedo decirle “perro caliente” a un perro caliente, sino utilizar la denominación local. O sea, a partir de ahora les llamaré “hot dogs” porque, como ya he repetido en otras ocasiones, es uno el que se debe adaptar a las costumbres del país que te recibe y no al revés.

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Resulta que pocos días después de conseguir apartamento, alquilarlo, esperar que pusieran la luz, limpiarlo, comprar sábanas queen porque las que trajimos de Venezuela eran matrimoniales y no le sirvieron a la cama que había aquí (están guardadas en una maleta para llevarlas cuando vayamos), decidimos tomarnos un respiro y cenar hot dogs caseros.

Fuimos al supermercado Rey que queda en Vía España cerca del apartamento y, ante aquellos anaqueles completamente llenos y surtidos, comenzó nuestro primer reto “rumbo a la comida rápida hecha en casa”.

Conseguimos 10 tipos de pan de hot dog, 150 variedades, colores, sabores, modelos, tamaños, nacionalidades y precios de las salchichas y más de 30 presentaciones diferentes de mayonesa, desde la normal hasta la que viene light hecha con aceite de oliva y un toque de limón y unas cinco marcas diferentes de cada una por lo menos.

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Con la mostaza fue aún peor. Ni hablar del relish que significó otro motivo de estrés para mi pobre cerebro, desacostumbrado a decidir entre múltiples opciones gastronómicas, debido a que en Venezuela uno compra “lo que hay, cuando hay”. Lo único que se salvó de ser sometido a un debate existencial sobre la conveniencia o no de una marca o la otra fue la salsa kétchup ya que, obviamente, compré la marca que todos conocemos y que no voy a mencionar (Heinz, pero shhh, no digan nada).

Luego de unos 60 minutos decidiéndonos, al fin compramos. Regresamos a casa, y estuvimos de acuerdo en que cocinaríamos las salchichas a la plancha.

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Superada la prueba de la compra, calentamos los panes, picamos cebolla, preparamos la mesa con la respectiva soda light (sí, yo soy de los que come hot dog y hamburguesas llenas de salsa, con refresco light ¿y?). Llegó el momento de asar las salchichas y allí estábamos, cual expertos de la parrilla latinoamericana, deleitándonos con los aromas de aquellas piezas proteicas de carne y pavo tamaño jumbo, que inundaban el ambiente con su delicioso olor a triglicéridos y colesterol.

Debo confesar que hubo algo que me llamó la atención. Cuando uno hace salchichas a la plancha en Venezuela, ellas se “rompen” por los costados. Imagino que por el calor se “inflan” por dentro y se abre un poco la cobertura externa, además de que se ponen como tostadas cuando se te olvidan y no las volteas.

Bueno, eso aquí no pasó. Estaban perfectas por el exterior como si no hubiesen recibido nada de calor pero, en fin, el hambre apremiaba y decidí no hacerle caso a ese detalle pensando que quizás aquí eran diferentes… ¡cuánta razón tenía!

Cuando consideré que estaban listas, las llevé a la mesa con el pan y procedí de inmediato a preparar mi hot dog como Dios manda. Entiéndase: abro el pan, le pongo la salchicha, le agrego cebolla picadita, papitas de esas tipo Ruffles o Lays, añado queso cheddar rallado, una lonja de bacon (tocineta) crujiente, kétchup, mayonesa, mostaza y a comerrr.

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Tomo el hot dog, humeante y oloroso a gloria y, como en cámara lenta, voy separando mis labios mientras acerco ese manjar de grasa y carbohidratos a mi boca. Por fin le doy ese glorioso mordisco de sabor cuando ¡oh wait! ¿WTF? ¡Esta salchicha si es dura! (yo advertí que este post estaba lleno de chinazos así que dejen la vaina de estarme troleando y sigan leyendo la verdad sobre las salchichas de Panamá).

“Esta salchicha no me va a ganar, carajo”, pensé, y comienzo a hacer cada vez más y más fuerza. Cuando la mandíbula ya me dolía de intentar probar el primer bocado de hot dog, ha salido esa salchicha como un misil utilizando el pan como lanzadera. Se llevó consigo salsas, cebollas, relish, bacon, queso. Todo quedó regado entre mis manos, el plato y la mesa mientras que el misil de cerdo y pavo cayó a unos 30 centímetros de mí, golpeando la botella de coca cola, desviándose y enfilando a toda velocidad hacia el borde de la mesa en el que se detuvo casi a punto de caer al suelo, totalmente impoluta y sin ningún signo de daño aparente.

Nos quedamos viéndola con estupor. Mi esposa dejó a la mitad la preparación de su hot dog mientras, con un signo de interrogación flotando sobre nuestras cabezas, nos preguntábamos ¿qué pasó aquí?

Pues nada grave. Simplemente que las salchichas en Panamá vienen cubiertas por un plástico indestructible, que las protege y mantiene separadas unas de otras dentro del empaque. Es algo así como aquellas divinas laminitas de queso amarillo que hace muchos años no se ven en Venezuela, llamadas “facilistas” (que por cierto aquí en Panamá las hay en todos lados).

Luego de ese incidente me puse a investigar y resulta que salvo una o dos marcas (que aún no sé cuáles son porque ninguna de las personas a quienes les pregunté recordaba el nombre), a todas las salchichas que compres en Panamá debes quitarles ese plástico que las protege antes de cocinarlas.

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Un detalle interesante es que cuando pregunté a varios conocidos, que son de acá de Panamá, sobre lo del plástico que protege las salchichas; todos me miraron con cara de confundidos y me dijeron: “claaaaro, eso es lo normal, las salchichas vienen así”.

Por eso siempre le digo a cada rato a mis compatriotas que, aunque Panamá pudiese parecerse a Venezuela, NO es Venezuela ni funciona igual que Venezuela; así que toca adaptarse y aceptarla sin andarla criticando.

Recuerden que se nos está dando la oportunidad de recomenzar en un país nuevo, lejos del desastre en que convertimos el nuestro. No tenemos moral para criticar la manera como hacen las cosas aquí pues por algo Panamá va hacia adelante mientras que Venezuela está cada día peor.

Importante: en octubre de 2015 mi esposa y yo nos fuimos de Panamá, ahora vivimos en Madrid, y, en este artículo explico las razones por las que – en este momento – no emigraría a Panamá, te invito a leerlo antes de tomar una decisión.

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Enrique Vásquez